La falta de sueño de Luna (188)

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LAS NOTAS FINALES DE LUNA EN LA MUERTE DE LA LECTORA

Sigo sin disfrutar Fresy Cool pero ahora subrayo las partes que me interesan. Lo que no hice al principio. Y cuando avance más trataré de ver qué luz arroja sobre Lola Font. Pero ahora regreso con las notas de La muerte de la lectora. Me quedé detenida en esas cafeteras que Luna bebió. Aunque no solo eso. Yo no sabía lo que era un bubble tea pero es un té de origen taiwanés, el de Luna era matcha, con bolitas de tapioca endulzadas. Y tampoco sé, en realidad, que es la tapioca. Un almidón que procede de la yuca, ese tubérculo. Y Luna bebió, además, té de jengibre. Durmiendo muy pocas horas, durante la performance. Ella no sabe si tres, si cuatro, si cinco. Luego, podemos leer una reflexión interesante, que parte de un pensamiento de la danesa Tove Ditlevsen. Un inciso: he visto que esta mujer ha escrito algo llamado Las caras. Leo que es una especie de descenso, el que la condujo hasta las drogas psiquiátricas y a los hospitales. Y leo que ella se preguntaba aquí, mientras rostros y voces incorpóreas la cercaban, si la locura es realmente algo que se debe temer o si trae una especie de libertad. Mientras escribía esta línea he pensado que cuando me ocupe del Instagram de Luna creo que voy a escribir una serie de textos llamados Los libros que no he leído. Sin embargo, este de Ditlevsen me interesa. Su título original era Ansigterne. Esa palabra parece un híbrido, de ansiedad, insight y ternura. ¿Estaré acertada? Creo que no lo sabre, puesto que en la ciudad origen solo es posible leer su Trilogía de Copenhague, de la que Las caras se supone que es una continuación natural. Pero sobre la reflexión de Luna, esta pregunta: ¿Se encontraba ella en ese momento confundida? ¿Leer en compañía podía ser leer enamorada, si era cualquiera ese alguien que entrara en esa sala? Sorprendentemente luego lo confirma, justo a continuación. Dice: «He llegado a confundir el frío con el sueño, el hambre con los gases, el deseo con el angustioso cansancio.» Y de todas sus notas para mí esta es la que me convoca a la magia de la experiencia, porque es como sentir que yo estaba presente y que vivía lo mismo. Después, Luna piensa en quien ha hecho posible esa magia, Alicia y Paola, y se muestra agradecida. Y después la confundida soy yo. No porque La muerte de la lectora constituyera una suerte de ritual. Ni por desconocer si ella se refiere a la comunión católica. Sino porque a mí me parece imposible imaginar lo que dice a continuación, en ese mismo párrafo. Pero sobre eso de ser acariciada por el muchacho que le gustaba he sentido que era una de las cosas más eróticas y delicadas que he leído, por cómo está narrado, con esa felicidad. Yo prefiero imaginarme a otro que no sea Castro, aunque lo fuera. Por ejemplo, ahora, a Miguel Ángel Silvestre. Pero sigo sin ver tinta en mis piernas, quizá una especie de brazalete tribal en mi tobillo derecho. Para acordarme de Verona, que casi me esclavizó. Luna leyó a Juan Ramón Jiménez y a Catulo, también. Y eso le inspiró unas teorías que a muchos nos gustaría conocer, por su cariz. Si yo escribiera lo más espeluznante que se me ocurre, me arriesgaría a que me encerraran, no en un hospital sino en una cárcel. Hoy sí. Lo que no sé es que autores le parecen la polla a Luna. Y si lo espeluznante, a lo que ella se refería, era también pésimo. Y Crepúsculo creo que es una saga de vampiros o algo así, pero si triunfa será por algo. «He» era un buen comienzo para todo. Y sobre ese pensamiento que Luna tiene a continuación. Creo que el reto para ella continuaba. La muerte y la primavera también es una obra que me ha llamado la atención. Porque el suicidio a mí me convoca. Pero cuando la busco en el catálogo de la biblioteca solo aparece Bousoño y no la autora de La plaza del diamante. Y ya casi al final, entiendo eso de resucitar. Y leo íntegro el poema de Valente: Vida o muerte. Y, ya por último, eso que ahí dice me excluye. Yo no siento que vaya a vivir en los libros que amé. Pero ella es posible que sí, porque los ha inmortalizado con su existencia. Alguna vez pensé en ser inmortal. Pero no he elegí el camino adecuado. Afortunadamente eso ha dejado de preocuparme. Aquí se repetía el nombre de Tove Ditlevsen. Por cierto, ¿cuál era su adicción? Las drogas y muere gracias a una sobredosis de somníferos. Dijo esto: «Tenía la sensación de que mis versos cubrían los descosidos de mi infancia.» Frase magistral. Para siempre envidiada.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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