TAROT DE MARSELLA. El arcano número 9: El ERMITAÑO (VIIII)

Atravesando la rúa de Burón, Anne-Marie decidió que había llegado el momento de dar, de nuevo, vida al mazo. El cabo de la velita era diminuto y, mientras lo sujetaba, sentí el calor en mis dedos y lo dejé caer al suelo, levantando al mismo tiempo, el arcano número VIIII, L’Hermite, El Ermitaño pero escrito de ese modo. Con esa ‘h’ que dicen que no es un error tipográfico, sino un vínculo con la figura de Hermes Trismegisto, el supuesto autor de los Hermética; entre los que se encuentra la Tabla Esmeralda, texto de carácter críptico que fue muy apreciado por los alquimistas, tanto islámicos como occidentales. Sin embargo, Colleuil piensa que, los autores anónimos del Tarot de Marsella, lo que quisieron introducir fue la idea de Hermes, que es el psicopompo. El dios viajero que conoce los caminos de la muerte. Aunque esa lámpara que porta, nos hace situarlo también en otro contexto. Nos remite a la persona de Diógenes el Cínico. Que caminaba por las plazas de Atenas, a plena luz del día, haciéndose alumbrar por una lámpara que ardía con aceite de oliva, mientras decía buscar un hombre honesto. Este guía, este maestro, que transmite la sabiduría del corazón, nos habla siempre de alguien que ha hallado la paz interior. Colleuil nos pide que nos fijemos en el suelo del arcano, en el terreno amarillo, ondas vibracionales que remiten al magnetismo, al telurismo. Y dice que, con ese bastón, color carne, este personaje va a activar la energía que proviene de la tierra. También que puede ser vivido por ciertas personas como un símbolo de soledad o de aislamiento, e incluso de exilio. Y, todo lo contrario, como la presencia de una persona que viene a iluminar nuestra existencia. Alguien externo a nosotros, como un terapeuta o un psicólogo, un profesor… O nuestro guía interno que, en palabras de Alejandra, es la capacidad de mirar nuestro camino y aprender de todas nuestras experiencias pasadas. Haciéndolo bajo la retrospectiva de la madurez. De cualquier modo, habrá introspección. Habrá prudencia. Sabios consejos. Serenidad. Y, según Rozonda Salas, quizá indique a alguien que por su profundo conocimiento de la realidad ha decidido desapegarse de su tumulto, para estudiarla, sin aturdirse. Los ermitaños, y no olvido lo que afirmó Victoria Cirlot, son aquellos que interpretan las experiencias visionarias que acompañan a los caballeros del corazón puro, en la saga del grial. Pero nunca los que las contemplan. Invertido, como yo también lo he visto, porque como la vela la carta se me ha caído al suelo, y cuando la he levantado estaba dada vuelta, actúa en el sentido de la pérdida y el retroceso. El proceso evolutivo -según Tuan- se detiene en un estancamiento estéril y frustrante. Pero, en definitiva, aunque nos sintamos cansados y desmotivados y puestos a prueba por los obstáculos, las fuerzas sutiles que están de nuestra parte incitan a resistir y a no abandonar la obra iniciada. Quizá alguien no preste oídos pero eso es todo. O eso creía yo. El Ermitaño es un hombre de cabello y barba blanca. Su vestido es rojo, como la capucha, que remata una borla amarilla. Amarilla como el interior del manto azul. Pero está el detalle de la manga blanca, la del brazo derecho, la que sujeta la lámpara, que es una luz velada. Lámpara de color carne y roja. Lo que arden son las ilusiones. El báculo, dicen los autores del Diccionario de los símbolos, Chevalier y Gheerbrant, es su arma contra la injusticia o el error que se encuentra. Y yo voy a hablar de dos ermitaños distintos. Uno el hombre del tatuaje, por él comenzaré. Otro el que pudo costarme la muerte. Ese me regaló un báculo a mí. Del báculo sé que ya te hablado y también te he hablado de cómo fue que lo perdí.