El cambio de estilo del tercer poemario de Luna, de su trilogía del aprendizaje (182)

.

¿POR QUÉ INMORALIDAD?

Del tercer poemario de la trilogía del aprendizaje me gusta especialmente el título. Este poemario recoge los poemas escritos en Almería, la Almería que grita por la ausencia de agua, entre noviembre del 2007 y octubre del 2008. Luna nació en el 90. Y está dedicado a Pablo, que quizá sea el Oxidado. El primer poema es un retrato de la depredación de ciertas aves. Y es oscuro y luminoso a un tiempo. Me habría gustado escribirlo a mí. No puede decirse que sea un poema de sentimiento, es descriptivo de lo atroz. Y en el segundo poema estoy segura, Luna ha cambiado de estilo, con respecto a los poemarios anteriores. Aquí es breve y concisa, pero quizá también dogmática y hermética. Podría estar leyendo esos versos mil años y tampoco sería capaz de rebatírselos. El tercer poema ya es algo más extenso. Es un poema que te sumerge en una atmósfera opresiva, a pesar de las flores. Aunque, al final, lo exótico del último verso, te traslada a un lugar cercano al paraíso. Al cuarto poema le falta un que final. Y creo que se lo dije. Aquí se encuentra esa nada que amenaza con tragárselo todo. Es difícil decir que hay un sentimiento ahí, pero te aguarda. El cuarto poema, de momento en este poemario los poemas no tienen título, no habla del ombligo. Pero establece una sabia similitud. Por el momento, parece que es la desesperanza la que gana la partida. No dirías que ella es depresiva, pero dirías, sin duda, que le falta esperanza. El quinto poema, sin embargo, esto lo contradice. El quinto poema se asemeja a un haiku. En el sexto poema hay ingenio, filosofía y conocimiento. En el sexto poema tengo que discrepar al final. Porque yo eso lo amo. Pero si fuera también una astronauta quizá las detestaría. En el séptimo poema, creo que ella se burla de sí misma, apelando a esos ellos. En el octavo poema, ella vuelve a parecer mayor de lo que es. El que alberga la profecía. El noveno poema es terrible, otra vez, en su belleza perfecta. El décimo poema solo tiene dos versos. Y aquí ella se muestra segura de sí misma y poderosa. El poema número once, hasta el momento, es el que menos me ha convencido, mientras lo leo. Pero solo hasta que alcanzo su final. Porque es un final que te orienta con respecto a su voluntad. El poema número doce también es cortito. Nada que objetar pero nada que decir de él. El poema número trece está abierto a la contradicción. Por una parte he pensado que ella no sentía todo lo que debería de sentir. No como obligación, sino como resultado. Pero, al final, no sabes con quién está hablando. Quizá con su futuro. En el poema número catorce ella podría estar dialogando con dos filósofos distintos: Platón y Parménides. En el poema número quince pienso en esa terraza de su casa, la terraza real. Pero, después de todo, no sé si eso era de lo que ella hablaba, porque los versos finales hacen pensar, de nuevo, en un sentimiento de soledad. Un sentimiento que, para quien lo soporta, puede tener algo de malditismo. Y suspendo aquí mi lectura hasta mañana, con la siguiente reflexión: Tampoco debe haber sido fácil, para la madre de Luna, hacer frente a una personalidad tan compleja. ¿Leía ella estos poemas o Luna se los ocultaba? ¿Los comprendía, porque la conocía por encima de todo? Eso no es probable, si me baso en mi experiencia. Porque yo digo que las madres nos conocen, parece que mejor que nadie. Pero también ignoran muchas cosas. Por ejemplo, a mí mi madre jamás me leyó. No sé si me dolía o no. Porque los dolores de mi madre son dolores que ya he olvidado. Al final haces las paces cuando ellas se mueren, casi con todo. La diferencia es que hay seres que siempre las echan en falta, que es el caso de Luna, y hay gente como yo, que sienten un poco de pena, por el que fue el destino de la madre, pero no la querrían resucitar. Hoy casi aguanto sin beber. Hoy casi no vengo.

Enlazado en

Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar