El Ácido sulfúrico del que Luna disfrutó y el periodo (186)

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FUTURO

Hoy no será el día, me temo, en que yo entienda «casi por primera vez» ese significado. Luna disfrutó del Ácido sulfúrico de Amélie Nothomb. Un libro que pertenecía a Sara Torres y que ella leyó en voz alta, el segundo día, frente al público. Un público reducido. Sara Torres, una de las mayores estudiosas del legado de Nataly Clifford-Barney, escritora y poeta nacida en Gijón. Y leo en Wikipedia que la novela de Nothomb, que Luna había leído en francés, cuando era adolescente, detalla los pensamientos y las actividades de las personas involucradas en un reality show, que recrea un campo de concentración. Y que es, dicen, una historia que sirve como crítica de un mundo brutal y crudo, que debe parecerse mucho a este. Porque en él hasta la denuncia del sistema pertenece al sistema. Sigo leyendo y pienso que debe ser una lectura apasionante. Su comienzo es este: «Llegó un momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: Tuvieron que convertirlo en espectáculo.» Y de algún modo eso me hace pensar en Los crímenes del futuro, de Cronenberg. Si algo había que me espeluznaba, más que los escalpelos de la tecnología, eran ellos, los que miraban y lo fotografiaban todo. Esa Nothomb debe ser una genia, para inventarse una distopía así. Que me extraña que no demanden los telespectadores. Debe ser por falta de cultura lectora. Pannonique, ¡qué nombre tan especial! ¿Guardará alguna relación con panóptico? Mundos fríos, desquiciados, poblados de personajes locos, como la kapo Zedna, obsesionada con Pannonique. Eso escucho, ahora. Pero sigo leyendo las notas de Luna. Dice que ha descansado de la puta vida, a pesar de ser esa una experiencia devastadora, pero quizá también catártica. ¿Se parece el llorar mucho al leer mucho? No creo que yo lo sepa nunca. No sé qué libro tendrían que ponerme delante, para que eso fuera posible. Aunque Rayuela fue importante, por cómo me encontraba yo en ese momento. Luna podía ser el centro de atención. Pero ella también tenía focos de atención. Y yo diría que sí, que es frágil y doloroso ganarse el pan ejerciendo el oficio de la lectura. Pero no sé si yo echaría de menos los zapatos. Creo que sobre una alfombra mullida no. Como no los echo de menos aquí, con los pies dentro de esta bota térmica. Sangrando, qué horror. Tuvo que tocarle, pero ¿qué poemas serían esos? Tal vez ella leyó este verso: «Yo sentí cómo la sangre desertaba de mis venas gota a gota». O quizá la sangre quedaba fuera del poema de Cernuda y lo que maridaba con su momento sangrante eran los sentimientos. Pero no, a mí no es nunca una palabra que me haya molestado: regla. Ni período. Aunque tampoco menstruo. Y lo prefiero, desde luego a chinto, que es como lo llaman en El Salvador y Honduras. Por cierto, Bukele ha arrasado en las elecciones de El Salvador. De eso no sé qué pensar. Escucho hablar de la delincuencia y me parece bien que se llenen las cárceles, pero es que basta una simple delación, para que te lleven preso. No está tan lejos esto de lo que lo que la Nothomb propone en Ácido sulfúrico. Y volviendo a Luna, ¿cuál será el poema, había escrito peoma, preferido, que ella prefiere, de Ted Hughes? ¿Será el Interrogatorio ante la puerta del útero? Tengo que escucharla aún leyendo a Hughes, quizá lo haga luego. Y aquí es cuando mutila las páginas y establece esa relación con las vendas y la sanación. Luego, o antes, en esos ratitos que ha pasado dormida, no se puede vencer al sueño, Bisbal cantaba, al final de su actuación. Me pregunto cuál va a ser la próxima performance de Luna. La imagino en el Centro Niemeyer, en el que nunca he estado. Quiero decir bajo la cúpula. Y me imagino a mí ausente. Leyendo todas las noticias acerca de ello. ¿Se atreverá a repetir esta misma performance en otro lugar? Marcar un libro: eso que otros, como Paco Nadal, que lo aseguraba hace unos días, consideran como un anatema. Marcar un libro sí, pero con cierto cariño, o asco o lo que sea. Pero no como yo traté a El azar y la necesidad de Jacques Monod. Y aunque estoy de acuerdo con ella, marcar un libro es admitir nuestra capacidad de asombro, también es ser testigos de nuestra irreverencia. En los caminos existen lo que llaman libros de peregrinos. Y el peregrino respetuosamente escribe o dibuja en ellos. Yo, sin embargo, de camino a Cabanillas, en el camino que va de León a Asturias, me pasé un güevo. Porque comenté todo ese libro con mis anotaciones en tinta roja, en aquel claro del bosque, donde lo encontré. Un lugar con un encanto indescriptible. Y mi propio texto, que abarcó dos o tres páginas, trataba sobre todo de Nietzsche, con quien andaba algo obsesionada en ese momento. Los escritores, sin embargo, durante la performance de Luna leen. Y eso a ella le resulta gozoso. Algo durmió, no demasiado. Pero hay que considerar que una de las cosas que más le gustan a Luna en el mundo es dormir. A mí también. Pero llevaba años sin descansar. Ha sido a raíz de retomar el contacto con Manuel y escribir El pájaro que escuché cuando he recuperado parte del sueño. Yo me acuesto muy pronto, pero a las tres estoy de pie. Aunque lo que más disfruto es el par de horas en que me tumbo en el sofá, a la mañana, y aunque no duerma. La sensación es de tanto relax que hasta me resulta un poco paranormal. Hoy me he levantado apresuradamente, porque me llegó un correo del casero que me despertó cuando estaba soñando con unos gusanos asquerosos, de esos que te penetran por las narices y se saltan hasta la barrera hematoencefálica. Y es que el correo era para decirme que el paquete por el que espero estaba en reparto. Había que aprovechar las segundas rebajas en Chiara Cabello y encargué dos nuevos turbantes Wrap me, idénticos entre sí y a uno que ya tengo. Espero poder gastarlos también en primavera-verano. Y ayer fue un mensaje de Alain Afflelou. Había una oferta de progresivas, otro par por un solo euro más. Y concerté una cita inmediatamente, porque era la oportunidad por la que estaba esperando desde que comencé a ahorrar dinero, allá por el verano. Y lo voy a dejar aquí, por hoy. Aunque no sé todavía que título ponerle a esto. Sí, mira, uno al azar. Cojo el Diccionario de filosofía abreviado, de Ferrater Mora y lo abro por cualquier parte. El libro tenía telarañas. Eso significa que las arañas están trabajando en mi pared. Con lo que yo las odio.

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