De la magnanimidad de Luna (179)

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LLUEVE SOBRE MOJADO

La cuchilla inolvidable, de la que hablaba hace un par de días, no era una de esas cuchillas con las que se acaba con la vida. Era una cuchilla de naturaleza poética. Lo digo por si alguien pudo confundirse. Y porque es lo que mi conciencia me pide que aclare, porque hoy se agitó. Se agitó cuando yo me angustié al escuchar a Luna, antes de hablarnos del Black out de María Moreno. Luna estaba crispada. Habló de algo que se hace público y de las locuras que había tenido que soportar. Y yo no sabía si también se refería a mí. Por eso le pedí explicaciones a mi conciencia. Y lo único que arrojó mi conciencia fue esa mención a la cuchilla, que yo en ningún momento aclaré. Porque estaba respondiendo a un texto, respondiendo emocionalmente. Como ahora lo estoy haciendo. Pero, a pesar, de que mi conciencia, con respecto a lo otro que dije, se manifieste tranquila, no puedo estar segura. Porque yo tiendo a tomármelo todo muy personalmente. Y hubiera preferido que ella hablara de esas locuras que ha tenido que soportar, para salir de dudas. Yo quería ser transparente con ella, por si estaba ahí, y no ocultarle nada, y quiero seguir siéndolo. Quiero que ella sienta que le doy importancia a lo suyo, que deja en mi huella. Que ella es de las que deja huella. Por eso continuaré, pero ya preocupada, todo el tiempo. Y eso que estuve tentada, también, de hacerle llegar ese texto de la cuchilla antes de leerlo. Pero como no me gusta molestarla, porque creo que ella está a mil cosas, y no quiero robarle tiempo, no lo hice. Y pienso que debería haberlo hecho. Porque al ella escribirme qué mejor oportunidad que esa. Pero ya no tiene remedio. Y yo confío en que si algo le molestó, o le molesta algún día, me lo diga de forma directa, para que pueda darme por aludida. Porque la estoy tratando con la confianza con la que trato a Manuel. Y porque la supongo madura, como él. Y por encima de casi todo. Ahora bien, claro, hay un momento en que ella dice que seguirá subiendo citas y textos a la red relacionados con el alcohol y el alcoholismo. Y yo quiero agarrarme a eso. Para no pensar que fui yo la que le hacía daño. Porque ya se lo dije, si no la cuido no tengo nombre. Y eso es un poco en pago por cómo yo he sido tratada por Manuel, porque estoy en deuda con la vida, y es en pago a cómo me ha tratado ella. Siempre magnánima. Que eso es una prueba de grandeza: la magnanimidad de cualquiera. Y esa es la razón por la que voy a seguir leyéndola ahora. En ese poemario que interrumpía ayer. Porque no puedo darme por aludida. Si ella no se refiere a mí personalmente. Eso sería un trago, un mal trago. Porque me vería obligada a perder algo que me hace mucha compañía en mi soledad. Pero por encima está ella, y está su bienestar. Y yo puedo creerme muy lista, y pensar que no la descubro a ojos, u oídos, de nadie. Y estar muy equivocada. Porque ella pudo sentirlo. A mí, que yo recuerde, solo estuvo a punto de sucederme una vez eso. Porque traicionar mi confianza, sí, la han traicionado. Pero esto sentí que era distinto. Y cuando Hubert nos mostró su correo en pantalla, en la clase de francés, ahí enrojecí, de manera inevitable, porque yo misma pude leer mi nombre y los asuntos de los mail que le había enviado. Puede que fuera un error suyo, un error inconsciente. Pero ahí me sentí morir un poco. Y no quiero ser yo la que haya desgarrado el alma de Luna, o le haya hecho sentir opresión en el corazón. Ella se expuso, se expuso de alguna manera conmigo, y se expuso públicamente, cuando compartió su historia con el alcohol, en ese artículo. Pero eso es algo que de merecer algo merece un premio, y no ocasionar incomodidad y dolor. Pero parece que estamos ahí como buitres (al menos a mí me sucede con lo que provocó Jaime del Burgo y también con lo que provocó Peñafiel), esperando para poder desgarrar ese cadáver exquisito.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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