Dos nuevos regalos de Luna (173)

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TEMOR

Ayer lo pasé bien. Incluso no me resultó muy pesada la espera, en la ITV de Foz. Al regreso comimos en una pulpería, Portovello, pulpo a feira y raxo con queso, que fue un éxito, porque nunca lo habíamos probado. Pero casi lo mejor fue el ribeiro, dulcísimo. Es lo que seguí bebiendo luego, en La Caridad, Navia y Luarca, donde nos detuvimos. Aunque tampoco era para celebrarlo, porque la ITV no la pasamos, porque todas las luces de posición fallaron. Y él tenía permiso para llevar el coche hasta un taller, pero para nada más. Cuando el casero me dejó en casa me encontré con un nuevo correo de Luna esperándome. Luna me hacía otro regalo. En realidad dos. Sus primeros poemas y un escrito de sus veinte años, que podía aclarar en parte las lagunas que me estaba generando, y que seguirá generándome, la lectura de su blog. Ese escrito lo leí exactamente igual que el Cambiar de idea, de Aixa de la Cruz. Porque había en él una intensidad semejante. Y lo cierto es que estoy deseando volver a leerlo. Porque me resultó sincero a rabiar. Pero derecho no creo que yo tenga ninguno a contar nada de lo que he leído. Aunque al casero, antes, si que le hablé de uno de los poetas que aparecen en él. La cuestión es que no creo que nunca entienda a Luna, aun entendiéndola. Porque va a faltar lo esencial, por muy persona «pública» que ella sea, que es el contacto directo. Durante años estuve buscando el camino que conducía desde la salida de mi casa, en la ciudad origen, al encuentro con el Camino Primitivo, la ruta originaria del Camino de Santiago. Este camino pasa por lugares muy solitarios y a veces algo hostiles o tremendamente hostiles, a causa de la acumulación de agua y el barro. Y por ahí me han dicho que se han visto osos. Yo no sé si es cierto. Pero parece un territorio propicio, al menos, para los lobos. Si yo fuera la de antes no dudaría en pedirle a Luna que me acompañara a recorrerlo. Ella supongo que me diría que no. Pero la única vez que yo lo recorrí con alguien sentí que era un camino revelador. Y que podía ser mágico y terapéutico. De todas formas, qué objeto tendría que yo la conozca. No soy yo la persona de la que ella habló en una ocasión y que ella necesita. Yo estoy al final de las cosas, ya. ¿Y qué quiero decir con eso, no? Pues ni yo misma lo sé. Pero es parte de la sensación de estar gastada. Y estos días he perdido demasiado tiempo escuchando hablar de Jaime del Burgo y de Letizia y viendo tenis. Por ejemplo, viendo perder a Alcaraz en los cuartos de final. Y tengo pendientes aún dos vídeos de Luna. La presentación que hizo del libro de Julia Peró, Olor a hormiga, y un material acerca de Bolaño y Los detectives salvajes que ella liberó. Pero he de confesar algo. Cuando abro su correo siempre tiemblo, porque nunca sé lo que me va a decir. Y me asusta la posibilidad de haber podido ofenderla. Pero si no la valorara como la valoro, eso ni siquiera me preocuparía. Leo en su primer poema, titulado Abeja Maya, que el color de sus ojos es el azul, pero yo siempre los veo verdes. Yo creo que todos y todas vemos a Luna un poco como queremos. Y pienso que eso debe provocar mucha soledad. ¿Sabes? Después de leer por segunda vez el texto que Luna me hacía llegar ayer lo que siento que tengo son un montón de preguntas que me apetece formular. Si llego a un acuerdo conmigo y soy fiel a la confianza que ella depositó en mí, las haré. Mundo Adulto te empapa de tristeza.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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