El amor al mar -i-

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¿Tú sabes lo que es amar al mar con violencia y no poder entregarte a él? ¿No poder volver a caminar hacia él, con aquella insolencia de tus caderas? ¿No poder entrar en él y sumergirte, para que te meza con dulzura o que rompa fiero sobre ti? ¿No poder nadar nunca más? Pero no poder hacerlo porque tú misma te prohíbes lo que nadie te prohíbe. A veces sueño que me encuentro en una piscina, pero nunca sueño con el mar y ya tampoco vuelo. La piscina no es una de esas piscinas azules y luminosas que veo desde mi jaula, en las villas y los hoteles de lujo, a veces en una azotea. Maravillosas, espectaculares, divinas. No, esta es una piscina subterránea, como si estuviera alojada en una mazmorra, y donde la luz es cetrina y opaca. Y hay una condenada humedad, en la que vive el moho, en la que se respira el moho, en la que el moho asfixia. Así se me presenta la piscina del polideportivo aquel, con tintes de pesadilla atrofiante. Porque nunca estoy depilada, y la vergüenza me corrompe. Porque es el alma lo que habita en el sueño, lo que se nos corrompe. Ni siquiera soy yo. Y ni siquiera ahí puedo nadar. Porque siempre sucede algo que me lo impide. Hasta ese punto enfermo me siento infeliz. Porque yo ni siquiera soy libre cuando escribo, o al menos hasta ahora no lo he sido. No con esta magnitud con la que lo pienso ahora.

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