Versos que proceden del estado hipnagógico y la cita a la que no se llega (196)

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DE POEMAS DEFORMES Y EDITORES

El domingo de madrugada me quedo sin conexión de Internet y nace la idea de los poemas deformes. Son versos que proceden del estado hipnagógico. No sé por qué aparecen en mi conciencia, pero se asoman a ella con una fuerza delirante. Y por eso los llamo deformes. Porque los veo como a través de espejos cóncavos y convexos, como una imagen esperpéntica. Y me gustaría pensar que uno de los efectos del tránsito de Plutón a mi Venus natal va a ser este: convertirme en una mala poeta. Porque los escribo, a pesar de saberlo, que no seré una buena poeta, como no soy una buena escritora. Pero si el dharma es este, yo lo acepto. Aunque con vergüenza. Ahí me hice un lío este amanecer, al escribírselo a Manuel. En mayo del 2007 conozco a la abuela de Luna, la que habla maravillas de sus nietas y la veo con Luna en el regazo, cuando Luna apenas era poco más que una bebé dulce y preciosa. La abuela se llama Merche. No sé si es la abuela que es adicta al tenis. Pero ya lo siento por ella, porque Luna dice que el mundo ante sus ojos no es más que una pared amarillenta. Sensación que comparto, si no fuera por estos momentos o esos otros momentos hipnagógicos en donde florece la palabra. Luego Luna, como estaba en Niza, se perdía ese año el festival del libro y la lectura de Almería. Ya se cumplía el año de la creación de este blog, por el que yo me paseo. Luna, ahí, hace un resumen de lo que era su vida virtual por esos días, en los que antes de desayunar tenía que comprobar el estado de cada una de sus webs, cuando se sentía más eficaz, por decirlo de algún modo, de lo que se sentía en el mundo real, donde no siempre conseguía el que consideraba que debía ser su objetivo: compartir de la forma más bella posible. Y reconociendo que eso todavía no sabía como solucionarlo. Y, a continuación, les da las gracias a sus lectores, por acompañarla en esa travesía. La gente que le confería sentido a lo que ella volcaba en este mundo. Debería ser capaz, ahora, de interpretar correctamente el primer poema que escribió aquí, ¿te acuerdas?: «En silencio/ cambio tu olor/ por el quitasmalte./ Qué eléctrica belleza.» Porque ella, de nuevo, lo cita. Veo ahí una fotografía de la palma de su mano. Entonces, intento generar impresiones quirománticas, pero no lo consigo. Estoy segura de que me equivocaría al interpretar todos esos signos que veo. Hay cierta separación entre la línea de la vida y la línea de la cabeza, que penetra muy adentro del monte de la luna, el lugar en el que nos imaginamos las cosas. Las fotos de Niza algún día estuvieron ahí, pero ahora ya no están disponibles. Iba a ser su primera cita con un editor. Yo la miro escondida detrás de su cuaderno. Ella nos cuenta como era su vida de niña debido al trabajo de sus padres y, también, lo que llegó a soñar, cuando, como ella dice, se pasó al lado oscuro: el que ocupaban los escritores y poetas que sus padres recibían en su casa. Y ese día parecía que ella iba camino de cumplir su sueño. Pero se equivocó de dirección y nunca llegó a esa cita. Tiene en todo momento a sus padres en el pensamiento, quizá hasta cuando imita el sonido de la gaviota, motivo por el que su compañera Valentine, que la acompañaba, la mandó callar. No sé si ella odiaba ya a su padre en ese momento, es posible que sí, pero no lo manifestaba. Quizá por no hacer daño a su madre. Este día, relatado por ella, resulta fascinante. La mujer del editor era profesora de español en el liceo donde ella estudiaba.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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