El poema de Hughs y los tatuajes (187)

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ROJO Y AGORERA

Recibí un correo en el que se me decía que había sido hackeada. Estaba en inglés y ni siquiera lo abrí. Lo eliminé. Lo digo por si fuera cierto y recibes algo mío que yo no te envié. Pero vamos a lo que importa… El poema de Ted Hughs que Luna prefiere, por encima de todos, es Rojo. Y estaba en sus Cartas de cumpleaños. Pero conmigo ese poema ayer no fue a ninguna parte. Sin embargo, hoy es distinto. Porque me parece bellísimo. A pesar de saber que pertenece a un maltratador. Y el poema explica uno de los tatuajes de Luna, el de la joya azul. Yo no voy a hacerme ningún tatuaje a estas alturas. Pero me parece interesante averiguar qué me tatuaría yo de ser todavía joven. Luna encontró la joya azul que Sylvia Plath perdió. Pero Luna también había perdido algo en ese momento, a su tatuadora, que partía, no sé a qué lugar. Es, entonces, cuando debió asomarse a su vida Federica. Que a mí me parece que tiene muchísimo talento. Y primer tatuaje que se me ocurre a mí. Un Quid Pro Quo, aunque no escrito en letras mayúsculas, que es como escribían los romanos, tengo entendido. Sino así, como lo he escrito yo. Porque hubo una temporada en que el casero estaba obsesionado con eso. Y lo repetía hasta atormentarme. Cuando yo tuve mi brote psicótico y a la salida del hospital regresé a esta casa y él quería recuperar el derecho de pernada que yo le había retirado hacía siete años, cuando volví del Camino del Norte, aunque desde Ponferrada. Aquel cuaderno se llamó A Irún por Cacabelos. Y este tatuaje lo veo en mi muñeca izquierda, pero en la zona que en Quiromancia se llama el brazalete. Si hay ahí tres rayas horizontales equidistantes y claras tendrás fortuna en la vida. Si no puede que haya desdichas. Ayer un poco porque estoy escribiendo acerca de la época en que conozco al señor Palmer y un poco porque Luna me condujo a los horóscopos, a través de una página del diario de Anaïs Nin, que ella leía cuando iba a cumplir treinta años, sentí curiosidad por los tránsitos del señor Palmer. Porque él tiene Marte en Escorpio y yo sabía que su Venus cuadraba a mi Venus en Escorpio, así que en breve va a experimentar la conjunción del Plutón en tránsito sobre su Venus natal en Acuario, la que algunos llaman la damisela en la torre de márfil. Por eso levanté su mapa del cielo y recorté sus tránsitos de forma que él pudiera entenderlos y le pasé un vídeo del astrólogo de moda en España, que es José Millán. ¡Qué el tío es bueno, indudablemente! ¡Qué yo le escuché predecir el Covid! Aunque lo hice a posteriori y, entonces, todo lo que él decía cuadraba. Pero el señor Palmer no me contestó hasta hoy. Algo preocupado, creo. Yo le dije lo que pensaba que podía significar todo. Pero luego encontré esto de Nazareth Castellanos, de su libro Neurociencia del cuerpo: «El corazón se vacía y se llena, se vacía y se llena. Igual que la respiración, que las neuronas, que el intestino. Vaciarse y llenarse es uno de los principios de la biología.» Lo que me pareció muy sabio. Porque, en el fondo, de eso va el tránsito de Plutón. Puede que signifique la muerte de un amor, antes del comienzo de un amor que nos obsesiona. Y Luna vivirá esa cuadratura en algún momento, la que yo misma voy a experimentar este año, pero ella amplificada a la enésima potencia. Porque no es lo mismo tener una Venus en Escorpio, que tener todo un Stellio y menos cuando uno de los planetas implicados es el Sol. Sol que suele identificarse con el padre, sobre todo en las cartas natales de mujeres. Pero, ¿qué sucede cuando es Hades el que nos rapta y nos conduce al infierno? Eso no se lo digo al señor Palmer. Ni tampoco le hablo de Inana y Ereskighal, las Inana y Ereskighal sumerias. Porque cuando aquí Inana desciende al infierno lo hace por su propio pie. ¿Y qué hubiera sido de ella si no hubiera existido Enki, ni las plañideras que él le envió? Y ya me voy.

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