Autismo infantil y maltrato (ix)


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La vida de una solitaria comienza pronto. La mía, que yo recuerde, comenzó en el parvulario. A la monjita le preocupaba que yo jugara sola en los recreos y no con las demás niñas. Lo sé, porque estaba cabalgando aquel día, colegio arriba, colegio abajo, y ella me llamó al orden. «¿Qué haces, Carmen María?» -quiso saber. «Jugar, hermana». Yo tenía en la cabeza lo que tenía. A Robin Hood y Lady Marian. Cuando Errol Flynn rapta o rescata a Olivia de Havilland y los dos recorren el bosque de Shervood a lomos de un caballo. Ella en la grupa, donde yo más me sentía. Sí, ya con cuatro o cinco años. Pienso que sabes de qué género eres prácticamente desde el principio. A mí Robin me rescataba, pero las sensaciones eran extremas: yo era el héroe, la doncella y el caballo. Lo sentía todo y eso no me lo daba ni la comba, ni la goma, ni el cascayo, la Rayuela, como la conocerás tú. Y podemos decir, creo, que este fue mi primer batania. Quizá eso tú no lo entiendas, porque tal vez no has leído Leer mata, de Luna Miguel, pero a mí no se me ocurre mejor definición para una obsesión que duró años. Porque me encontré con un dibujo de segundo de la EGB, hace tiempo, que decía Robin y Sheila. Y Sheila era mi nombre en inglés, en ese curso. Yo me veía rubia, pero no sé si lo he sido alguna vez. Ahora llevo la cabeza rapada, porque una traicionera alopecia me ha obligado a ello. La cubro con turbantes, pero por la noche me paso muchas veces la mano por ese cabello punzante. Y creo que por ese motivo no voy a follar nunca más. Aunque ya llevo ocho años sin follar. Todavía recuerdo la aberración que me pareció cuando una mujer de mi edad actual me dijo que no volvió a hacerlo desde los cuarenta. Pero son cosas que pasan. Vas de creer que eres la heroína de un romance de aventura a una momia. Pero esto de momia no es casual que yo lo diga. Mi padre llamaba momia a mi madre cuando la pegaba. No te imaginas el miedo que se siente cuando tu padre pega a tu madre. Ya no hay parapeto. Porque la defensa ha fracasado. Y la siguiente puedes ser tú una vez más. Que tu padre pegue a tu madre, como te pegaba a ti, puede hacerte creer que el mundo es un lugar muy inseguro, en el que todo puede suceder. Porque tú, en tu caso, lo entiendes. Que papá se enfade, como decía mamá que a veces le sucedía. Pero en su caso no. Porque algo interno te dictaba que eso no podía ser así. Que sí, al final eso es lo que te salva. Porque si te cuestionas eso es bastante probable que también te cuestiones lo otro, lo tuyo. En Negreira, a la mañana siguiente de lo de Patrick, conocí a un peregrino. Este peregrino tenía una hija a la que no comprendía, porque estaba casada con un hombre que la golpeaba y no quería dejarlo. Yo le pregunté solo esto: «¿Tú la pegaste?» Y él dijo: «Claro, cuando se lo merecía.» A lo que yo le contesté: «Pues no te quejes ahora. Porque eso es lo que le enseñaste.» Estábamos ambos montados en un autobús, en ese momento. Y él me preguntó: «Entonces, ¿y ahora qué hago?» «Pues enmendar tu error como puedas» -fue mi respuesta cortante. Así que lo vi irse muy cabizbajo, pero tampoco sé si se iba así porque nuestra conversación le había servido para algo, o porque yo simplemente lo había despedido sin más miramientos. Es decir, que si buscaba mi perdón no iba a encontrarlo.

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