La llegada a Muxía -ii-


¿Sabes cuándo fue la última vez que me bañé en el mar? Un tres de junio del año 2009. A las cinco en punto de la tarde, la hora en la que mueren los toreros. Había llegado andando a Muxía y una mujer me había gritado desde el otro lado de la calle. «Peregrina, peregrina.» Y aquí me ha embargado de emoción recordarlo. Me quedo ahí detenida, después del gesto amargo que se me escapa, sobre ese peregrina, que entonces era una mujer valiente. Pero cruzo la calle. Esa otra mujer quiere que me aloje en su hotel. Y vamos a negociar. Yo iba camino del albergue, llevaba más de un mes sin saber lo que era dormir sola, al menos unas horas, porque casi toda la vida había estado durmiendo con alguien y tenía 41 años. La última vez que me voy a bañar en el mar tengo 41 años. Y voy a pagar veinticinco euros, por una ventana que mire al mar. Me parece un buen precio y ella me deja coger una de sus toallas y bajarla a la playa, la playa de La Cruz, frente al hotel de La Cruz. La mujer, una paisana, me cuenta que su marido estuvo esa mañana en Olveiroa, viendo cómo dormíamos, todos juntos, hacinados. Y que eso no era plan -decía. No me quedé a darle mucha chachara. Ese cigarrillo y otro más, quizá. Saber dónde quedaba el albergue, para ir a sellar la credencial, si acaso. Y a qué hora y desde donde partía el autobús, que me iba a regresar a Santiago de Compostela. Es lo que hacemos la mayoría, llegar hasta ahí y dejar de andar. Ni siquiera me di una ducha. No soy demasiado amiga del agua, lo confieso. Y eso que estaba muy sudada. Me puse el bikini. Ya me lo había puesto en Cacabelos, para escándalo de alguno y dolor mío, porque sus miradas me contaron que ya mis pechos no estaban donde tenían que estar. Y a eso lo llamo cárcel, también. Los hombres, en general, son una mierda. Y algunas mujeres. A esas tengo la costumbre de llamarlas harpías. Aunque yo también soy una de ellas, ahora. Si te amargas, si tu alma se corrompe y se pudre, ya no sé si puedes decir que eres un ser humano. Si debes decirlo, identificarte con ello. Yo no soy muy amiga de las metáforas, tampoco. Así que eso no es una metáfora. Pero la harpía que soy estoy casi segura de que ya existía en ese momento del baño. Por detalles, en los que no voy a entrar en este momento. Solemos no ser sinceros al respecto y eso no es bueno, engañarse. Porque, entonces, tiendes a juzgar a la gente más duramente de lo que quizá se merece. Eso, que quien esté libre de pecado tire la primera piedra. Algo religioso, para comenzar. Aunque yo no soy religiosa, soy supersticiosa. Y tengo que contarte lo de los dados de Antonio, el Ermitaño. Aquello me dejó boquiabierta. Pero si él adelanta yo cruzo los dedos. Él, yo lo llamo el Casero. Tengo hasta esa desvergüenza, o la tuve. Porque ahora ya es costumbre. Y también cruzo los dedos cuando le envío un correo al Amante arquetípico. Me gusta llamarlo Lisboa, todavía. Aunque a él le dije, hace 17 años, que tenía que cambiarle el nombre. Porque se merecía uno más exótico. Pero dejo la habitación y cruzo, de nuevo, la calle. La playa está ahí mismo. Una playa para mí sola. Con unas aguas azules, azules, y una arena blanca y fina. O eso me había parecido cuando me acercaba a la población, deslumbrada por ese extraño paisaje. Después de tanto monte. Había recorrido 33 km ese día. Y estaba un poco cansada. Además, había vivido, el día anterior, una experiencia emocionalmente intensa. Puede que no viera con claridad. Eso suele pasarme. Porque yo idealizo. Así me va. Entonces, la arena era gruesa, marrón, húmeda, y el sol ya se había retirado. Me quité los pantalones piratas y la camiseta y no me importó estar cubierta de vello por las ingles, porque llevaba más de un mes sin depilarlas. Pero no había nadie, para mirarme. Solo unos niños, a lo lejos, con dos hombres. Y que esos hombres estuvieran ahí era importante. Porque ellos iban a ser testigos del que iba a ser mi último baño. ¡Qué breve fue y qué fría estaba el agua! Apenas un par de minutos, los suficientes para dar unas brazadas. Las primeras brazadas en más de tres o cuatro años.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar