Leyendo las cartas a Ezra (250)

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RECONCILIACIÓN

He estado escuchando a Bunbury en el programa de La ventana de la Ser, en el que también mencionaron a Luna. Bunbury ha sacado un libro, La carta, que por un momento pensé leer, pero idea que abandoné al instante, cuando escuché la respuesta que él le daba a una de sus fans en ese libro. No sé, quizá me equivoque, pero me pareció muy previsible. Así que voy a tratar de continuar con la carta décima, de El libro de Ezra, en el punto en el que la dejaba ayer. «Querido mío», siempre lo llama, ¿Qué pueda significar desconfiar de un cuerpo? Yo he desconfiado de los seres que los habitaban, incluso hasta de él, del que terminó por ganarse mi entera confianza. Pero aquí no lo sé. Ella dice, sin embargo, que era todo cuerpo. Como quien asegura que estaba presente, con todo su ser, en el acto. Él, luego, parece ser que renegaba de la enfermedad. Pero, ¿de qué enfermedad habla? ¿Era la enfermedad del deseo, era la enfermedad del maldito amor? Porque ella asegura, ahora, que era todo síntoma. Pasaba entre ellos lo que no se podía evitar, tal vez, que alguien se rebele contra el destino. Y añade a continuación que él dudaba, incluso, del verbo amar. Lo que no sé es que conexión pueda tener eso con la fantasía del verano de ella. El viento duele. El día está frío, caliento mis pies como si fuera invierno, entre algodón eléctrico. Más tarde dice que él, aunque no lo crea, también la arrastra por caminos «que harían tediosa la perversidad». Eso debe pertenecer a alguien. Tal vez a Hilda Doolitle. Pero la única fuente en la red es Luna, en este poemario. Ella confía y sabemos que más adelante lo repite, en Lirios enloquecidos. Aunque también sabemos que la razón no nos la dijo. Pero parece claro, y es el uroboros, que lo hace porque lo ama, con y sin argumentos. Ella confía dice en sus manos delgadas, en realidad en la dirección de sus manos delgadas, ¿qué la guían? Y en su dedo. El dedo que nos señala y nos juzga con soberbia. ¿Es esto plagiar? Apuesto que sí. Pero también es una lectura. La que me puedo permitir. Mientras ella no me pida que no lo haga. Sigo adelante… Luna confía tanto en lo físico como en lo psíquico. He buscado compungido y un sinónimo parece ser atribulado. Yo utilizaba hoy ese sustantivo, el de las tribulaciones, para iniciar una carta que le escribía al amanecer a Manuel, quejándome de la heteronormatividad. Pero no, no sé de que ideales compungidos habla Luna, ni qué pesar suponen para Ernesto Castro. Y tampoco lo imagino lamentándose. Pero por qué no iba a hacerlo. Tampoco podía faltar el hematoma, que mismamente pueden provocar unas piernas. A mí Klaus no lo comprobé pero creo que me lo provocó, al penetrarme desde atrás. Porque este hematoma Luna dice que crecía a lo largo y lo ancho de los muslos de ella. Y no sé si lo que sigue es una metáfora. He pensado tontamente en las vendas de una momia. Y tampoco podía faltar el olor aquí, el del macho, que, sin embargo, es descrito de una forma apacible y limpia, porque lo que suda es un jabón. Un olor que no molesta, que no ofende. Un olor que ahora llama aroma y al que ella procuró imitar, fracasando. Pero de una forma muy lírica y bella. Un poco jugando con las flores, tan presentes en este poemario, de principio a fin. Aquí lirios mustios, pero también jazmines que crecían en su ventana. Dice que se frotó con su jugo. Y también dice que les dio nombre y que los regaba risueña, cantándoles, y esto es muy hermoso, como si fueran carne. No sé, siento que vuelvo a enamorarme aquí mismo, porque lo sublime a mí me atrapa. Es una debilidad que tengo. La imagen siguiente es de una intimidad perturbadora. Amo esa mención al escroto y su tacto, porque yo también adoro lo vulnerable. Aunque mi sequedad sea proverbial, y nadie pueda rescatarme ya de ella. Aquí la fórmula se repite. Ella ha tratado y tratará de hacer algunas cosas sin éxito. Por ejemplo, intentar escribir el impacto de sus vidas. Que no sé si se refiere al choque del meteorito que fueron el uno para el otro, o a lo que suponen ellos para nosotros, los demás. La carta, luego, se repliega sobre sí misma, como una ola. Y Luna habla de audacia y habla de dientes y habla de intento. No era ni el mar ni la muerte -repite, ni cuerpo ni estambre -añade. Tampoco deseo, por último, sino, claro, «la imposibilidad de retenerlo». Y hay un final que omito. Pero me ha gustado tanto que, a pesar de que hoy estaba difícil, me he reconciliado con el mundo. No te quedes aquí. ¿A qué esperas? Sal corriendo a leerla.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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