La traición al propio género (248)

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SEQUÍA

Si pudiera asfixiarme está compuesto por tres versos. Pero es esa combinación de la brizna y la luz la que produce el efecto poético. Tengo fe en que lo mejores poemas de Lirios enloquecidos estén aún por llegar. Me llevo de las naves algunos libros. Esas naves no sé exactamente lo que son, pero por lo que leo, luego, deben pertenecer a la casa de él. Y son libros que él robó, por eso ella dice que no tienen olor. El olor aquí es importante, porque creo que es el aroma de la permanencia. Cuando él abandona la casa de ella, su ropa usada aún continúa ahí. Aunque aquí es más que nada el alhelí el que conserva el perfume de la poesía en el poema. En el que quizá lo más importante es lo que significa estar dentro. Y abriste mi cuaderno por esa hoja. ¿Cómo se finge el funeral de una flor? Él -nos dice ella- continuó leyendo después y lo hacía sin permiso. Y si yo te descubro lo que pasó tras eso ya lo único que hago es desnudarte un poema que a mí, en este caso, me enternece. Y para el poema de la página 61 necesitaría a medias un diccionario y a medias un traductor. Además de leer un artículo firmado por Carmen Conde, en el que habla de su relación con Vicente Aleixandre, mientras ella también vivió con los Alcázar en la calle Velintonia, número 5. Y el verso subrayado quizá podría ser este: «A quererse enseñé hasta las flores. Que todos repitieran su criatura en óleos de alabanzas jubilosas.» O no, claro, ese que abre Un amor español «Búscame en los libros y quizá te encuentres con una mujer que sí supo amar.» Castro estaba en el patio de la Central en compañía de Aristófanes, quizá de sus avispas. Y transcribo eso para lo que necesito ayuda: «era un jaleíto lesbiano / afectado cual escorpión / era altísima la sonoridad de su glicina /» Que que yo sepa la glicina es solo un aminoácido no esencial. Pero creo que aquí lo importante pueda ser el descubrimiento de un afecto reciente por la escritura de Conde, en una mujer que hasta cierto punto había traicionado a su género al haber admirado solo -como expresa- la escritura de los machos. Una rima una princesa y la emoción. Y aquí sigo experimentando esa sensación de la que ya hablé en días pasados, la claustrofobia de un confinamiento en una relación opresiva. Aunque qué amor apasionado no lo es. Mención a Turguénev. Mención a la destrucción. Mención al deseo de ser colmada. Pero ella no puede empalmarse. Aunque me gusta el final: «extenso capítulo de complicidad«. Y hoy la verdad es que quisiera acabar. Mi vida ocupa, sin embargo, no se merecía este cansancio mío que experimento hoy. Mi vida ocupa es un poema como para detenerse en él. Está, fuera de los libros que se prestan o que se ceden o que se regalan, lo que se dejan el uno en casa del otro, como testimonio de su existencia. Y está lo otro, lo más auténtico, lo que de verdad importa, a lo que se reduce todo, cuando están juntos. ¿Ves? Este poema es Luna al completo. Y por eso me cuesta dejar de leerlo. Ni planes ni recuerdos solamente la presencia. Y nueva mención, en esta ocasión, a Chacel. Seducir es un verbo seductor. Pero el hábito no hace al monje. Aunque puede tratarse de otro hábito. Por ejemplo, yo tengo el hábito de levantarme a las tres de la mañana. Y espiar no siempre es propio de la vieja tras el visillo. Aunque yo ya me considero vieja y espié esta pasión. Y estudio como ser es, en definitiva, lo más edificante. Espera, no, le faltaba un acento. Luna dice: «y estudio cómo ser«. Quizá como quien piensa solo en cómo acaecer. Pero eso contradice, en sí mismo, el enunciado del poema. En fin, aún restan cuatro poemas por leer. Y las diez cartas de El libro de Ezra, que no serán todas, porque de alguna ya hablé hace meses. Y desde esta sequía no creo que pueda mejorar lo que dije.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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