La falta del amante (253)

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ENFERMEDAD

Yo creo que el secreto de que me haya gustado tanto la carta número 6 de las Cartas a Ezra reside en el conocimiento que Luna extrajo de Aurora Luque y que ella supo plasmar de esa manera magistral. Esto es una suposición. Porque aquí se menciona a una Aurora, y Aurora Luque escribió algo llamado Homéricas y yo ato cabos muy al tuntún y las cuentas me salen. A la plumbago auriculata, además de jazmín del Cabo, también se la conoce como malacara, que yo no sé quién pueda haberle puesto ese apodo tan inexacto. Y mucho mejor el retrato que le hacen en Cuba, donde la llaman embeleso, con sus florecillas malvaceas, que tanto me recuerdan a las flores de Cami, unas que pertenecen a un sueño que tuve hace un cuarto de siglo y que jamás he olvidado. Aquí se habla de algún modo de uno de los tatuajes de Luna. Yo no recuerdo el poema de Hughes que él le dedicó a Sylvia Plath, pero sé que la joya de la que habla pasó a impregnar el cuerpo de la poeta. Y ahora ella imaginaba el color de esa joya de un color violeta macilento. Porque cada ser percibe los tonos y la enfermedad de un modo diferente. Veraneras son las buganvillas. Raspallones son llamados los más pequeños sargos. Y aquí el conocimiento. Heredado de una estirpe. El dulce ídolo del arrecife era Odiseo. Su nombre griego. Ella, sin embargo, que alguna vez escribió Los estómagos, nos confiesa y esto es extraño, en hombres a los que rodeaba la mar, que al contrario de ellos, ella ha comido jibias y huevos de maruca, la molva molva. Y algo más. Ella que tiene esposo e hijo y los ha alimentado y también calmado con un canto. Porque la ternura es algo de lo que no se puede desprender. Pero hay una falta, la del amante. Que de algún modo ella también lleva tatuada. Como esa joya del poema de Hughes. Era muy bello, pero ahora sigo pensando, por encima de todo, en la carta número diez. A Virginia acabo de preguntarle, cómo le gusta que hablen de su problema. Y me dice cómo no quiere llamarlo. Yo tengo que ordenar mi pensamiento con respecto a eso. Pero ayer escuchando a Rosa Montero alcanzaba cierta consciencia y cierta paz. No quiero hablar aquí de lo que voy a escribir a Juan ahora, que es con quien debato. Principalmente porque sé que Virginia escucha y me gustaría ayudarla. Pero yo, por ejemplo, en principio no califico mal la palabra trastorno. Y ya me voy, porque sé que quiero escribir acerca de eso. Y aquí evidentemente no puedo.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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