El cansancio de este amor (249)

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ESTANCIA

Dije que cuando regresara con Un amor español escucharía, de nuevo, todas las presentaciones, en red, que Luna hizo de este poemario, pero no lo cumplí. Porque mi cansancio y esa sequía de la que hablaba ayer se extiende hacia todas partes. Y me sucede lo mismo con el pájaro que escuché, que no hay ni gota de entusiasmo en mí en estos momentos. Es, otra vez, la mar que se retira de la playa, pero una mar que no guardaba ningún tesoro. Al borde, juraría que ya lo he leído. Lo sé por ese hábito y por el bálano, que creo recordar que era el glande. Eso de resquebrajar una mandíbula no parece muy placentero, la verdad. Pero todo es probar las cosas o acostumbrarse a ellas. A mí, por ejemplo, me gustó la primera vez que Klaus tiró de mi cabello. Lo malo es que eso él lo leyó y la vez siguiente convirtió ese acto en algo detestable, lo que fue una torpeza por su parte, porque no supo leer entre líneas, que a mí lo que me atrajo fue la ausencia de violencia que contenía el gesto. Pero ella piensa: «¿es este el abecedario de la consumación?» -dice. Y si yo hubiera vuelto a ver esas presentaciones que mencionaba al principio estoy segura de que esto tendría respuesta. Pero no la tiene, como todo. Es curioso -me digo- que tal vez lo que me atrajo de Luna fue precisamente esta historia que ella sostiene con el filósofo, y que sea precisamente esta historia, el punto en el que más se profundiza en ella, quizá, lo que más ganas tenga de abandonar. Esta opresión, ya no de las cuatro paredes entre las que vivo, sino de jaula de amor, o palomar, en la que me encierra. Consumar se consuman los actos. Y el diente hacia la arteria que nace del ventrículo izquierdo del corazón. Y cuento los días que faltan para que haga esa llamada a la librería y El arrecife de las sirenas vuele hasta mí. Quizá con semejantes resultados, porque sospecho que este malestar que experimento no se encuentra en la poesía de Luna, sino en mi caducidad. Pero bálano, bálano, de nuevo, acurrucado en su saliva. Y qué certidumbre procura eso. Entonces Aorta. Y más bálano. Esto sí es un abecedario. Divertido, ingenioso, pero no muy inspirado. Y qué bonitos los tulipanes que te compro. Y qué carencias en mi veintena. El de los tulipanes lo he obviado, no sé por qué ahora. Pero este un poco mata. De perfecto que es. Que él le ponga ojos dulces, pero dicho como ella lo dice, claro, que ahí está la gracia y no en esto que se lee o escucha, después de hacer un mochi, como ellos lo llaman, mientras le pregunta que ¿cómo está? Y que a ella eso le cause perplejidad. Aunque este no tenía porque ser Castro, claro. Aunque este sea el poemario en el que se le rinde culto. Que yo creo que eso es lo que en el fondo me provoca la sensación claustrofóbica. A pesar de que yo misma admire a un hombre. El que haya cierto sometimiento de la hembra al macho. Que no sé si con las Cartas a Ezra se va a intensificar. Porque a pesar de que lo leí, en su momento, las he olvidado todas menos una. Y comienzo por la última, que imagino que no acabaré hoy. Recuerdo, sí, esa entrevista en Arganzuela: la muerte y el mar. Algo que ella de algún modo niega, porque dice que su único poema fue el deseo. Ahora bien, no me gusta demasiado la siguiente imagen, porque lo más seguro es que no tenga nada que ver, pero las que enseñan los dientes son las monas cuando están enfadadas. Que quizá lo que quiera decir, era que ella, a pesar de todo sonreía entonces. Lo que nunca hace en las fotografías. El espejo empañado podría ser el de una ducha. Pero, ¿abrir la boca hasta deslenguarse? Ahora, leyendo lo siguiente, que sí es inspirador, me he preguntado que derecho tengo yo a hacer lo mismo. A conspirar contra mi vida como es, en un intento de llevarme al huerto a un otro, a quien no voy a poder abastecer. Y digo todo. Y cierro el libro. Y me parece haber reencontrado el camino a la calma. Pero lo sabré en futuros días.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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