Isa Fernández Caro y Un amor español (236)

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GRÁCIL Y BELLO

Una de las presentaciones de Un amor español que más me gustó en su momento fue la Isa Giménez Caro. La presentación comenzó de una manera muy entrañable, con esta mujer compartiéndonos una anécdota de cuando Luna y su hija Martina eran pequeñas. Ella se coincidía en el pasillo de la universidad de Almería con Ana Santos Payán, y la madre de Luna le contó a ella el secreto de sus lentejas, las que su hija no dudaba en comerse, cocidas, al punto, posiblemente de bote, en el caso de Isa parece ser que sí, con tomate frito, también de bote, y morcilla. Pero lo más precioso es lo que dijo después, que con Un amor español le había pasado lo que no le había pasado jamás, que tuvo una lectura especial, sin gafas, cuando ella obligatoriamente las necesita, y, por tanto, algo distorsionada, en un vuelo de Almería a Barcelona y de Barcelona a Almería. Donde dejó de ser crítica, profesora y filóloga, y se entregó al hecho de ser una lectora capaz de anclarse en ese torrente de cuerpo y de palabra que es el libro. Experimentó recuerdos del pasado y del presente y había algo, algo en lo que leía, que estaba en la piel. Era -dijo- poder sentir el sexo y el cuerpo a través de la historia de la literatura, de la respiración poética del libro. Y Luna, con su forma de escribir, había provocado en ella ese milagro que agradecía. Y yo la entendí muy bien, porque de algún modo eso fue parecido a lo que sentí cuando leí, por primera vez, la carta hildulítica número seis, creo. Pero yo no sé desnudar mis sensaciones tan bellamente como lo hace Isa Giménez Caro, a quien seguiré escuchando en los días próximos, en su encuentro con Luna. Vuelvo ahora al verso en el que abandonaba el poemario ayer: «pero también el pensamiento nace por inconformismo /» Quizá nació en el instante en que dijimos que no la primera vez. Cuando nos preguntaron por qué. Que es otra estupidez eso, porque lo más probable es que a cualquier no le siguiera una bofetada. Y ese no es justo, que surgiría ahí, de nuestro ser, yo pienso que es un sentimiento. Me pregunto ahora, aunque este no sea el mejor momento, si puede existir un pensamiento sin la palabra. Y, también, si echar de menos es un pensamiento puesto en alguien. Pero Luna, o el yo poético, prosigue: «te diré que aunque no me conforme / con el amor que me entregas / yo escribo para certificar tu falta /» Se vuelve a hacer hincapié en el hecho de la distancia que existe entre sus vidas, cuando no están juntos, que es habitualmente creo que durante la semana, o cuando no viajan juntos. ¿Por qué acaso cuando la poeta está cerca de su amado, ella no escribe? ¿O esa falta también llega a producirse incluso en la intimidad? «quiero más /» -pide e insiste. Que le dé más. Quiere, y vuelve al clavel, chupar el tallo. ¿Estaba acertada yo ayer con la canción folclórica? ¿Es el clavel otra manera de nombrar el falo? Ella quiere además «raspar el grueso lanugo /». Eso he tenido que buscarlo. El término lanugo se refiere a una forma de vello corporal muy fino, que crece como aislante de la piel por razón de la ausencia de grasa. El término lanugo se refiere al vello que envuelve al bebé. Pero, ¿llama ella lanugo, también, al vello púbico de su amante? Y quiere un amor capaz de endurecerla, dice. Pero, ¿endurecerla cómo? ¿Hacerla no ser su corazón todo el tiempo, o ser un clítoris duro, como una polla dura?

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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