¿Qué es humillarse? (229)

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REPETICIÓN

Podría no contarte la misma historia dos veces. Bastaría que hiciera una búsqueda utilizando algunas palabras claves. Pero uno de los males que me aquejan es la pereza y creo que, en el fondo, me parezco a Peñafiel, más de lo que me gustaría reconocer, que siempre repite la misma cantinela en todas las entrevistas que concede. Por cierto, resulta asombroso cómo se ha silenciado el asunto Jaime del Burgo vs. Leticia Ortiz Rocasolano. Que yo sepa ya nadie habla de ello. Del Burgo borró todos sus tuits y su Instagram y desapareció, a priori. Pero creo que terminará por sacar el libro con el que amenazaba contar toda la verdad. Ahora yo vuelvo a lo mío, que son las notas a pie de página de Ternura y derrota. Entonar con rabia. Trato de imaginarlo. Porque eso me apetece imaginarlo. Lo otro no. Si la chica juguetea con las sábanas, o si se frota contra ellas, es algo que dejo exclusivamente a la mirada del público. Aunque cuando yo soy parte del público lo quiero todo, lo amo todo. Y la voz que nos habla psicologiza al personaje, porque de repente la chica se pregunta, dice. Y hay que pensarla atada, ¿rebozada como una croqueta?, ¿por ejemplo, en arena? Mirarla retorciéndose, para contestar a esa pregunta. Pero antes necesito saber lo qué es humillarse. Veamos, si hay sumisión es probable que sí. Si el orgullo sufre es probable que sí. Si hieren tu amor propio o tu dignidad es seguro que sí. Pero si todo forma parte de un ritual, y es un juego, algo lúdico, no tiene porque vivirse así. No sé, es complejo. Yo no quería dar mi brazo a torcer ni cuando tenía ocho años y echaba pulsos con mis adultos, porque eso me parecía una humillación. Pero he vivido algún momento bonito, en el que alguien me dijo, mientras me empujaba contra el colchón: «No, tú no te mueves de ahí.» Y eso me hizo sentir en la gloria. Me gustaría que las preguntas no fueran tan difíciles. Pero que lo sean es, supongo, lo que le confiere tanto sentido al texto. La otra cuestión, sin embargo, me parece más sencilla. Si solo tú sabes lo que sucede entre estas cuatro paredes y te estás privando de alguna libertad, sí, entonces, también eso es un cerco y tú misma te cercas. La chica arrastra ahora las rodillas. Arrastrar las rodillas frente a otros parece ser un gesto de sumisión. Por lo que la primera pregunta casi se responde sola. Porque no podemos evitar sacar conclusiones. Yo, sin embargo, ¿esto también lo dije antes?, adoro la pulcritud. Pero no se me da bien conservarla y mucho menos cristalizarla. Desear la mancha, me pregunto yo ahora, ¿tiene algo que ver con la sangre? La chica parece excitada. Pero podríamos confundirlo. Podría estar agitada. Yo no puedo poner el oído contra el corazón de mi propia cama, pero puedo ponerlo sobre este libro. Parece que fuera una caracola por la que se escuchara el sonido del mar. He mentido. Y no sé, de nuevo, donde quiere ir a parar Luna, con esa otra pregunta. Colchón, revolverse, almohada violenta, diablo, decenas de esas extrañas piedras. Pues menuda avería. Esperas de una cama algo dulce, no que sea un instrumento de tortura. ¿Tendrá algún significado que las notas a pie de página cuatro y cinco se repitan? Parece que nos han robado algo. Levanto los ojos hacia el texto principal. La llamada coincide otra vez con la voz sumisa: «Perdón. Discúlpame. ¿Me dejas que te siga contando?»

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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