«La bibliografía como biografía» (223)

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FLORECER

Estoy detenida frente a la llamada veintiocho de Ternura y derrota, preguntándome si es cierto que Luna está obsesionada con el dolor y la humillación, como hace notar esa voz que nos interpela desde esa llamada. ¿Eso era una autocrítica? La voz conoce a Luna, sabe que su máxima es «la bibliografía como biografía». Algo en lo que Luna hace hincapié habitualmente en sus charlas. Quizá no dicho exactamente con esas palabras, pero esa es la idea. La voz es una voz fuerte, una voz contundente y, al mismo tiempo que señala donde está el déficit o donde pudiera estarlo, eleva el nivel mostrándose como una voz autorizada. La nota erudita recuerda aquí a Leer mata, pero el juego es más amplio. Son más personalidades, son más personajes los que entran en juego. No están solo la lectora y la escritora. No se trata de ese tipo de ambivalencia. Es una ambivalencia aún más sofisticada. ¿Quién fue la mujer de Havelock Ellis? Edith Lees. Creo que debió de ser afortunada. Él parece un tipo comprensivo. No como la voz que se manifiesta desde la llamada treinta. Angelica Liddell es uno de mis asuntos pendientes. Tal vez cuando llegue al final de Luna comience con ella. Pero esa cita es tan hermosa: «Los monstruos de amor deseamos ser amados sin pausa, sin descensos. Los monstruos de amor somos increíblemente ingenuos. Creemos en las cimas y en la vida en las cimas. Y eso es imposible. En la cima te congelas, te comen los buitres o te mueres de hambre.» La cima antónima de la cuneta de Paul B. Preciado, en la que tal vez se sobrevive, pero quizá a un tiempo se muere. Y ganas de ver su Orlando, ahora que sé que podré. Quizá mañana. En la llamada treinta y cuatro asoma un concepto interesante, el de hipervigilancia. Ese concepto salía a relucir el otro día en un correo, y estaba estaba relacionado con el estrés postraumático. Me pregunto, por tanto, si el estrés postraumático juega algún papel en la obra de Luna. Porque aquí ya he concluido que todo es un juego de espejos. No es que no me interese profundizar. Es que por mi condición me siento atada de pies y manos. Disfruto la lectura, pero no sé qué decir, porque no sé qué pensar. ¿La conciencia del dolor nos ayuda a conocer nuestros límites a todos? Hace un rato llegó la grabadora de voz por la que estaba esperando, pero creo que no ha sido una buena idea adquirirla. Porque al menos el sonido mp3 no es demasiado bueno y el de calidad no sé si va a procesármelo el editor de vídeo. Y luego está ese manual de instrucciones, con el que me tendré que pegar, para aprender a manejarla. Porque es diferente a aquella que tuve hace años. Esta mañana la lectura de otro correo me daba pie a pensar que yo en la actualidad solo tengo una mente, pero una mente en la que existen tres instancias: el ego, el yo y la conciencia centinela. Leyéndoos a vosotros, en voz alta, como si habláramos y me escucharais, esa conciencia centinela se conecta. No deja de ser un estado hipervigilante. Pero lo hace de una manera dulce, no extemporánea. Creo, aunque yo no lo he visto, pero me lo han contado, que a los árboles caducifolios ya les ha nacido un sarpullido verde.

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