Las máscaras venecianas de Luna (209)

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INTERFERENCIAS

Le digo a Juan, porque hablamos sobre literatura, que yo estoy leyendo a Luna, desde el principio de su carrera. Todavía no ha habido respuesta a eso. Pero sé que él prefiere escribir a hablar. Y regreso a diciembre de 2007. El cantar de los cantares lo compone una serie de tres fotografías. En la primera vemos como Luna sostiene la cabeza de una muñeca antigua. En la segunda se coloca delante del rostro una máscara oriental. Y en la tercera, se mira en un pequeño espejo, a través del que nos contempla, como sucede en esos cuadros de Balthus con japonesa. Yo los llamaba El amor después del amor. Luna estaba tranquila en su terraza, en invierno. Aunque si verdaderamente hacía frío lo disimulaba muy bien. El stop no puede detener la carrera del perro. El ceño fruncido debe ser por el esfuerzo de retener esas chapas de ¿Heineken? La niña nos saca la lengua y detrás de ella quien sea, pero con su halo, alza su mirada hacia los cielos. Luna nunca renunciaba a las mascaras venecianas. El perro se llamaba Jarpo. La de las chapas en los ojos, ojos como estrellas, era María Eloy García. Poeta española que fue galardona con el premio de poesía Carmen Conde y que tenía la edad de la madre de Luna. «hay veces que citar a proust/ es como ponerse un wonderbrá/ y realmente no hay diferencia/ y tú dices -proust dice-/ y saltan los avezados intelectuales/ a tocarte lo interno del verso/ con dedos de sátiro/ con todas sus uñas largas y negras/ no hay naturalidad en el wonderbrá/ ni en proust« Y la niña se llamaba Paola. Llegan las vacaciones de Navidad. Y hay una ida a un Alcalá de Henares en el que llueve. No sé si era verdad que ella estaba borracha. Tampoco, por el momento, si era cierto que se iba a París. Alguien en los comentarios la dirigía al café de los surrealistas, el Dêus Magots. «Apenas -decía- puede uno imaginarse a Breton dictando excomuniones -ahora es más bien un sito algo snob- pero con imaginación uno siente que ahí se gestó parte del corazón del verdadero arte del siglo.» Luna en Les cinq diamants. Con su madre. «Acaba el año -dice- y aún huele a París: gato muerto, viajero atropellado y calles y vino y ojos silenciosos que no vuelven.» Es otro final. Yo no es que estuviera distraída, es que no estuve siquiera, durante un rato largo. Hablaba con un chico chileno que se sentía preocupado por su masculinidad. Yo le dije que solo había sido una flor exquisita y eso le pareció muy lindo y lo tranquilizó bastante. Pero a él le preocupaban cosas como que ese hombre le hubiera llamado putita, o le dijera que era su hembra o su marido. Porque -según él- todo sucedía por primera vez y le había encantado. Y su mayor preocupación era volverse afeminado. Porque su país es extremadamente machista y eso podría condenarlo. Y más que se enteraran sus padres. Un chico que estudia para mecánico y al que no le gusta escribir. Pero que necesitaba hablar con alguien que lo comprendiera.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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