La prontitud de Ternura y la carta de Almería (197)

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MONELLE, PERSEO Y TOLEDO

Esta historia de la carta del desconocido, o desconocida, es de las que más me ha gustado. En ella Luna termina su texto con un mensaje en francés, que dice: «Adiós, adiós. Todo lo que quieras de ternura.» Así que Ternura ya estaba ahí, enunciada en un «personaje». Es lo que me parece. Porque creo en las casualidades, pero algunas siento que no lo son. De todas formas no sé si capto bien el sentido. Es muy posible que no. La carta que Luna recibe no tiene remite, aunque llega desde Almería, cuando ya todos se habían olvidado de escribirle, quizá cansados de que no existieran las respuestas. Yo como alumna no, para estudiarla, como Luna dice que podría suceder, pero me encantaría conocer su contenido. Y el contenido del cajón secreto del que ella habla. Creo que un cajón secreto es una tentación para cualquiera. Yo tengo uno en esta mesa desde la que escribo. Se lo hice construir a mi hermano. Y todavía guardo en él mis primeros dietarios. Pero hace mucho que no lo abro, porque me asustan los insectos. Y se me metió en la cabeza que los insectos lo habitaban. Y también me ha gustado mucho el poema Ceniza, recitado por José Ángel Valente: «Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre…» Y el corazón que Luna se borraba. La música es Air de la banda sonora de Las vírgenes suicidas. Lo que me hace pensar en Thomas. El líceo, debe serlo, me resulta triste. Y hay un poema, escrito en el cuaderno de notas de Zarautz el año anterior, que habla de la falta de fe. Lo considero así, quizá porque la idea de Dios que yo he comprado es la de algo bondadoso en sí. Pero, entonces, registré las palabras de Perseo, si no me equivoco: «Dios tiene la lengua negra y el tacto ceniciento de lo que no dura más de una noche. Posiblemente sea cano y de mirada ambigua. Sus ojos deben ser marinos y su gesto templado. Seguramente hoy duerma entre cartones en alguna esquina de la Gran Vía.» ¿Sirve para impresionar a una niña? Sin embargo, este Dios es cínico. No, no me equivocaba. Porque Luna responde: «Hoy hablamos de Persée en clase. Imposible no acordarme de usted.» Después ella se remonta incluso más atrás. No lo dije pero he comenzado el tercer word. Porque ya llevo en su compañía cerca o más de quinientas páginas. Pero aquí, o casi todo el tiempo, me limito a actuar como una voyeur. Aunque nunca creí que leer el blog de nadie, que no escribiera caminos, tuviera algún sentido. Alguien la guía hasta Francesca Woodman, una fotógrafa de prematura desaparición, que produjo miles de imágenes. Y más tarde encuentro a Luna, creo, en su interpretación de Monelle. Y me doy de bruces de nuevo con esa belleza de texto de Ana Santos Payán en donde habla del libro que Luna guarda como un tesoro. «Monelle, atrapada en la mirada lenta y trágica de Louis, sabía del peso de la tradición y del poder evocador de las ruinas, pero su débil existencia le hizo pronto comprender que había que mirar las cosas bajo el aspecto del momento.» Profundidad psicológica y penetración, que Luna debe haber heredado. Hoy, ahora ya hablo de mí, me acosté como casi cada día, en el sofá del salón, como a las siete y media de la mañana. Pero era taparme con el edredón y venirme a la cabeza un verso o dos, encadenados. Principios de poemas o finales. Así que me levanté como unas diez o doce veces, a registrarlos. Porque ellos no se van a quedar conmigo, por mucho que me visiten. Supongo que algunos darán fruto y otros serán estériles. Luego, recibí un comentario de Jesús Valdivieso, acerca de mi primer poema deforme: «Huesos y pétalos/ me rodean,/ entre estos escombros./ Anda la noche sin viento,/ pero anda polvorienta./ La ausencia es como un gato gris/ que maúlla/ la canción del sinsentido. Bebo barro y como harina./ Y nada es tan triste/ como el deseo.» Me preguntó que si era mío y cuando le dije que sí, aunque nunca podré estar segura del todo, me dijo que le gustaba. Y que era una poeta nata. Que yo sé que no, aunque es de agradecer. Y sobre eso me acuerdo ahora de una anécdota. Cuando estuve en Toledo, me compré un mapa de la ciudad en una tiendecilla que había en la estación de autobuses. Yo quería saber donde podía contemplar el amanecer más bonito. Y este hombre que me atendió me lo señaló. Explicándome a la vez, con algo de misterio, que ahí mismo Cospedal tenía su cigarral. Al día siguiente, el último que iba a pasar en Toledo, antes del amanecer me dirigí a ese punto, desde el que probablemente Rilke admirara Toledo. Y este hombre, el vendedor, me sorprendió allí. Porque no me dijo en ningún momento que él era el encargado de llevar la prensa diaria al cigarral. Yo no vi lo que hacía a mis espaldas. Pero al cabo de unos minutos un policía nacional me abordó. Ya he olvidado su nombre. Creo que fue porque el de los periódicos les contó algún cuento acerca de mí. Y el policía lo que quería saber era que hacía yo allí, que estaba intentando capturar al sol. Y cuando le dije que era escritora, porque me lo preguntó, en seguida me dijo: «Ah, poeta». A lo que yo negué con la cabeza. Porque nada tan lejano a mis intenciones como escribir versos, entonces. Pero después de eso, de que él se imaginara no sé qué, y se despidiera de mí apresuradamente, no hacía más que encontrarme con zetas, que debían de estar copiándome el móvil, como si yo fuera una terrorista. Y que se debieron sorprender bastante de las conversaciones que tuve con el casero en ese día y en los días próximos. Si así era. Lo cierto es que mi teléfono tardó en volver a la normalidad horas. Y así me voy hoy, con ese amanecer precioso en la mente.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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