La palabra de seguridad y las humillaciones (212)

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CALLE Y TERNURA

A mí ternura no me parece una palabra de seguridad extraña. Pero ahora me pregunto hasta qué punto está inspirada en Gabriela Mistral. ¿Está mal que después de decirle que sí le diga que no? Nunca. Incluso si es jugando. Lo importante es discernirlo. Ahora bien, ¿porque alguna vez nos enfocamos en el dolor y no directamente en el placer? ¿Es eso algún tipo de problema? No lo digo por Luna. Lo pregunto por mí. Por comprender por qué fue necesario. Quizá tenía su lugar y su sentido. Tal vez como lo obsceno, en cualquiera de sus vertientes. Y al seguir leyendo acude a mi pensamiento un relato que titulé La margarita dijo sí, quítatelas. Y si no fuera por ese relato yo podría negar con la cabeza ahora. Negar inclusive hasta desgañitarme. Porque la verdad es que se olvida. Pero de las humillaciones quizá es más difícil olvidarse. De hecho, a mí el otro día me hervía la sangre recordando una. La de la botella de Vega Sicilia. Lo que sucede es que no voy a entrar en detalles. Pero cuando llegó la fecha del cumpleaños de él… le escribí lo siguiente: «Una no vive lo bastante para arrepentirse de haberte conocido.» Podría decir que me quedé tranquila. Pero él, después de todo, no lo leyó. Quizá porque ya esté muerto. La Covid acabó con mucha gente. Porque no era tan viejo. Y yo era dulce y era obscena al mismo tiempo con él. Pero nunca medió entre nosotros una palabra de seguridad. Por eso quizá yo conocí el infierno. Luna dice al final de esa segunda página que ella cree que «entregarse enteramente a la humillación rebaja la vergüenza asociada al gozo.» Pero yo no lo acabo de entender. Tal vez porque lo pienso más bien del revés. Voy a la llamada tres, después de esa serie de afirmaciones y adversativas. Y es una advertencia de la intensidad que va cobrando todo. Pero preguntas… Si nadie te ve puedes humillarte igualmente, sí. Sobre todo si te hace feliz eso. Y si estás tú sola ahí, depende del sentimiento que te inspire esa soledad el que sea cerco o no. Sin embargo, yo adoro la pulcritud, aunque no sea pulcra y no se me de bien instaurarla. Pero qué ocurrencia tan linda. Supongo que hay que tener cuatro años para pensarla. Preguntarse si una puede beberse toda el agua del mar. Y engullir su espuma. El chinorro, la primera vez que lo leí, no sabía lo que era, tuve que buscarlo. Aunque era fácil imaginarlo, supongo. Y cuando el corazón del mar se ríe de ella, excitado, yo atiendo a una nueva llamada. Pero me alejo del texto. Porque a mí, creo que al contrario que a Luna, el dolor hace tiempo que ya no me excita. Ni el propio ni el ajeno. Hoy salí a comer. Lo hice tras haber paseado largo rato con la lectura de una carta que no sé si habré sabido contestar cómo se merecía. Es difícil aceptar que tú hayas podido ser algo importante en la vida de alguien que no resultó ser importante en tu propia vida. Me haría bien hablarlo. Pero no quiero hacerlo aquí. Por eso voy a retirarme a mis aposentos. Donde todavía puedo ser libre en compañía. Salud. Ah, y una fantástica noticia la que me daba el casero hace un rato. No va a perder su trabajo por el momento. Y si tiene alguna oportunidad de que lo jubilen es ahora o nunca.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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