De cuando Síntomas fue publicado en la revista Minotauro (201)

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INSTANTES DEL AFUERA

Luna de fiesta, con amigos. Escuchan a Morat, No se va. Y alternan momentos -dice ella- en blanco y negro, con momentos en color. Son sus últimos días en Almería: «Sentir mis besos en el aire». Es un tema pegadizo. Y es así como nos dice adiós, desde su habitación. Sosteniendo una revista, en la que parece que se anuncia un concierto. Pero a mí, The Chemical Brothers, en el tema en que los escucho, no me llega. Se trataba de Sumer Case. Boadilla del Monte, trece de julio del 2007. Fotografías del festival. Un montón de gente interpretando su música y Luna bailando con un tal Félix. Este debía pertenecer a algún grupo de música, por lo que dice. Y solo era la primera noche. Al día siguiente también bailó, pero lo hizo con su padre. Una chica la reconoció, mientras ella se preguntaba lo que sucedería si todo esa gente asistiese a un recital de poesía. Gente guapa, disfrutando. Y muchas imágenes divertidas. También, después, las de sus pequeñas primas. A principios de agosto el anuncio de que habían sido publicados en la revista Minotauro Digital sus Síntomas. ¿Quién se acuerda ya de aquella garganta vacía? «No son poemas -dice su sexto poema-. Son mentiras». Y ya tenía todo un curriculum. Había sido antologada en la segunda edición de El Jaiku en España, eso en el 2003, con 12 años. Y sus plaquettes primeras fueron El grito y Menú de sombras. Pero tampoco conocía el hecho de que Luna había estado trabajando en la radio, realizando entrevistas a diferentes artistas. En Lo veréis aparece ella posando en un campo de trigo, como si fuera un espantapájaros. Había regresado. Tres chiquillas en bicicleta. Y hay un instante de Ana Santos Payan, abrazando por la espalda a su marido, supongo. «Están todos locos. Están todos muertos» -dice Luna. Y, luego, están las polaroids. Ana Santos Payán en el agua, alzando las manos, un caballo, su padre entre los árboles, bastante siniestro. O quizá lo que lo haga siniestro es ese bebé abandonado. Un muñeco ahora. Y Hablaré, avisaba Luna, «del sudor y de las noches«.

Hoy tuve una breve conversación con Nieves Casanova y después se me ocurrió esto: «Tú tienes tus experiencias/ y tu sufrimiento/ y con esa harina/ y ese agua/ amasas tu pan/ porque la levadura/ crece a tu alrededor/ Cuando has vivido una temporada en el infierno/ aprendes a abrazar/ el cielo/ Hay infinita pena/ en esta soledad/ pero nada que resuelva/ el llanto/ porque el pasado es irrevocable/ y el futuro algo/ por lo que no se debe esperar.» Esto no tiene la categoría de poema deforme, pero qué motivó este estado emocional, qué que lo explique. Entonces transcribo: «Pensé durante muchos años que necesitaba una de esas etiquetas, porque yo sabía que era un espectro autista, pero no podía probarlo. Ahora me es indiferente ser lo que sea. Lo único que deseo es vivir en paz. Y por mi paz, soy capaz de hacerle la guerra al mundo (espero que no XD). A mí que me digan a estas alturas que soy neurodivergente no me ayuda en nada, Nieves. Pero reconozco que de cría me habría venido bien y de adulta igualmente. Porque la necesidad de sentirme parte de una tribu era grande. Pero eso también se supera. Me conformo con sentirme parte de mí. Y este conformo no es un conformo resignado. Créeme.» Lo que dijo Nieves no lo voy a transcribir, dedúcelo tú misma, de mi respuesta: «Está bien cuando te cuentan algo, y también lo está todo el tiempo que pasas descubriéndolo, es el proceso, si estás abierta. Pero yo hablo de cuando llega esa hora en que sabes que lo que te sucede eres tú, como te has hecho a ti misma, con toda esa información. Y también con lo que intuyes que nadie puede explicarte.» El cuento de Nieves era un cuento bonito. Pero para mí la psicología no es muy diferente al eneagrama, o a la astrología misma. Es clasificar a la gente en cajitas, cuando, verdaderamente, lo que nos duele es lo incomprendidos y distanciados que nos sentimos y lo injusto que nos parece eso. Pero yo solo hablo de mí y eso es lo que digo que casi ya no resquema. Aunque si tuviera que explicarme, explicarme de verdad, siento que me bastaría un poema de Cernuda. Este: «Para unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos;/ para otros vivir es mirar el sol frente a frente./ La playa cuenta días y horas por cada niño que muere./ Una flor se abre, una torre se hunde./ Todo es igual. Tendí mi brazo; no llovía./ Pisé cristales; no había sol./ Miré la luna; no había playa./ Qué más da./ Tu destino es mirar las torres que se levantan,/ las flores que se abren,/ los niños que mueren;/ aparte, como naipe cuya baraja se ha perdido.» De Los placeres prohibidos. Yo he buscado mucho, quizá menos que la mayoría, pero he buscado. Saber, conocimiento. E incluso me he visto obligada a pasar por un psicólogo. Pero como le dije: Tú no estás ahí para darme un canon de vida. Yo no tengo que vivir conforme a lo que se espera de mí. ¿Y cuál fue su respuesta? La misma que la de la psiquiatra, que también fui obligada a ver, aunque hoy ya no sea así: Si no estás contenta, busca en otro lugar y no vengas a verme a mí. ¡Ay que joderse! Te obligan a aceptarlos y ellos mismos se desacreditan. Y digo yo: ¿qué madurez no enseñan en la facultad? Que tienes que andar con pañales con ellos. Y el primer principio es aprender a encajar un rechazo. Que parece que, al final, es lo que no encajamos. Ninguno o ninguna.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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