Amores galácticos y el poema de Corcobado (207)

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ESTRATEGIA

Supongo que seguiré estando tan desierta como ayer, pero regreso. Ya es noviembre del 2007 en el blog de Luna. Carta a nadie, número 2. Aquí es cuando te das cuenta de la madurez que tenía Luna. Era una denuncia social, en la que Rajoy era el protagonista, de nuevo. Bueno, él y una niña de trece años llamada Laura. Luna otra vez se sentaba sobre ese tapizado de las flores, con una máscara. Y bajo ella una declaración de identidad. Cumplía diecisiete años, gafas oscuras sobre su cabello y un decorado vegetal. Si la fotografía no estuviera tan borrosa podría admirar el color real de sus ojos. No son verdes ni azules, o es un azul verdoso, o un verde azulado, que destaca más por el halo marrón que se ciñe en torno a la pupila. En los recreos Luna sacaba fotografías. Su amiga llevaba un collar de perro del que colgaba un candado. Supongo que tendría una historia. Y otro poema. Amantes galácticos. Finaliza así: «¡Raras mutaciones sufriste en tu planeta!» Se presentaba un libro de El Gaviero en la librería Picasso, Muertes de andar por casa, de Fernández Sánchez Calvo. Un libro de cuentos. Y este otro poema de Javier Corcobado: «soy un beso que una vez/ tiraste al suelo de la calle/ donde yo vivo muriendo» La mano se posa al lado de una galleta con expresión humana. Algo de café y un brick de leche A+D. Sin embargo, por E. E. Cummings paso de largo. Aunque no así del extraño instante que lo acompaña. No son las telas del cielo, pero las recuerdan. Fantástica luz la que acompaña a Ana Santos Payán. Eso en Cita de las nueve y media y sobre Keats. Recuerda a la sacerdotisa de un antiguo culto lunar. Había un examen de filosofía y un patito sobre los libros de la estantería. Y un apunte en un brazo, como si fueran las cuatro direcciones cardinales. Y me gusta eso de que Diotima hablara con las flores. Las tres des, en realidad. Quizá la tristísima noche lo fue porque hubo que pasarla transcribiendo apuntes, que sé que no. Y los perros confidentes no nos delatan. Este tiene los ojos claros y sabios. Lastima que las bolsas de basura lo afeen. Pero algo tiene lo decadente que me cautiva. Esa decadencia que se deja sentir. No la decadencia de la que Hesse habla, porque girarse hacia el pasado lo es. Te lo digo yo, que paso más tiempo en él que en el presente. La luna llena estaba ausente. Y en La Molina esa idea genial de enmarcarlas a ellas en el contexto de su propia imagen previa. Y siempre «Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre…» Me voy sin acariciar al gato. Pero Luna no. Nunca había leído una lista de la compra tan poética: ¿Qué será la sangre de la escafandra? ¿Qué poema provocaría la guerra? Pues que los dioses esperen. Mejilla muy roja al lado de Juan Manuel Gil. Casi tan roja como la tela que cubre ese asiento. La casa del nadador fue desocupada hace más de una década. Lo último que sabemos por ella es que la curiosidad nos hace nómadas.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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