Las fotografías de la muerte de la lectora (190)

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MUDRAS Y FOTOGRAFÍAS

En la primera de las fotografías aparecen Castro y Luna mirándose a los ojos intensamente. Luna tiene la piel del rostro roja y sus manos, cruzadas sobre sus antebrazos, tienen la receptividad de un mudra. Castro, sentado cerca de ella, apoya su brazo derecho sobre una pila de libros gruesos y sujeta su rodilla sobre esa mano, en la que yo percibo un fantasma. O mejor dicho un cronopio, o lo que ven los cronopios, cuando están en el teatro. El cabello de Luna brilla pero con un brillo gastado. Ella ya debía llevar ahí demasiadas horas sin dormir y sin descanso. Y me gusta la lámpara que la alumbraba. Parecía que ellos estaban tratando de comprenderse. Parecía que ella le decía no aguanto más y que él trataba de imbuirle fuerza. También parecía que ella deseaba hacer algo con las manos, algo que al mismo tiempo expresaba su mirada. Castro es el muchacho que le gusta. Castro no tiene las orejas grandes. Y, a pesar de ser abril, últimos de abril, llevaba las piernas al descubierto. ¿Yo quiero que se besen? Castro no es Stephen el Lobo, pero para mí a efectos como si lo fuera. Igual que no me canso de mirar la espalda de Luna, la que yo recorté y la que ella me hizo llegar, creo que me cansaría de presenciar un sexo entre ellos. Sexo con el que es posible que ambos hayan fantaseado. Pero creo que el público se quedaría auténticamente fascinado. Y que nadie denunciaría nada. Pero no, Castro no es mi tipo tampoco. Y la inteligencia te seduce hasta donde te seduce. Ellos es distinto, porque parecen hechos el uno para el otro y no hablo de sexo o no solo hablo de sexo. Pero, ¿por qué yo veo ese cronopio en la mano de él que sujeta la rodilla? Tiene que ser real, pero qué efecto óptico la produce. Esta mañana ni siquiera me fije. En la segunda fotografía me parece ver a Lacan, entre los libros. No distingo ningún otro. Aquí Castro lee. Pero mantiene el contacto con Luna, apoyando la palma derecha, sobre el brazo derecho de ella. Las fotografías son excelentes. Retratan el «dramatismo» del momento. Es que no encuentro una palabra más apropiada. Ese apoyar de la mano de Castro puede querer decir: «Tranquila, no levites». O no levites todavía. Luna está acostada sobre una pequeña almohada negra, adoro el negro y aquí lo veo por todos lados, también el rojo. Luna, en ese instante, parece estar realizando otro mudra. Se ven los tatuajes de los brazos. Ya sé, más o menos, lo que significa la Anaïs Nin que sujeta el libro de Ulises entre sus manos, y sé lo que significa la joya azul. Pero aquí veo esa flor y veo parte del conejo que sujeta la mano y veo el ancla, que no sé por qué razón, ahora, yo relaciono con la tumba del marinero. ¡Dios mío! Leer cuarenta y ocho horas con lentes de contacto. Yo no podría desde el 2013, cuando dejé de ver de cerca. Aunque es posible que ella las utilice multifocales, o que no las necesite todavía. O quizá ya se haya operado. ¿No has pensado en operarte? -me preguntaron a mí ayer. Sería lo primero en lo que me gastaría el dinero de tenerlo. Pero quizá Luna no esté tan cegarata como yo. En la tercera fotografía es en la que se observa menos intimidad. Aunque, claro, sabiendo un poco lo que significan para ella los libros y la lectura… señalar con un dedo una línea o una palabra, puede ser también algo parecido a un mudra, un gesto sagrado. Donde se comparta más intimidad que en un beso. Yo ahora voy a hacer un experimento. Voy a unir las tres imágenes y las voy a velar y voy a ver lo que sucede. Y ahora sí, tanto podría estar ahogándola, como acariciando la tinta de su muslo. Pero el momento feliz al que ella accedió es inviolable para nosotros.

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Otro camino: LUNA MONELLE (segunda parte)

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