242. El solitario del arcano sin número

Sí, polis, porque, hasta entonces, yo vivía en el tiempo de la physis, el tiempo de la naturaleza. Y de Hubert me atraía su delicadeza pero, a la vez, que fuera tan juicioso y coherente. Y era una atracción conjugada a todos los niveles, en la que molestar a su persona era el límite verdadero de expresión pero no las formas sociales o la hipocresía circundante. Había quedado desconectada de la violencia y era lo mismo que una bomba de relojería desactivada, o eso pensaba yo. La clase percibía una tensión entre nosotros pero me temo que la malinterpretaba. Un día traduje un artículo de su blog y Hubert se sentó junto a mí, sobre la mesa, para leerlo. Nuestros brazos se tocaban y ni yo me aparté ni él se apartó. Él quizá porque yo no experimentase un rechazo. Yo porque no quería hacerlo. Nunca lo sabré. Era mi profesor y además creo que estaba casado. Pero ese contacto fue precipitante. Al día siguiente, al final de la clase, le pregunté si quería ordenar unos números para mí. Me dijo que sí. Y yo, siguiendo su ejemplo, rompí un folio en pedacitos y dibujé en ellos los números del cero al veintidós. Él pareció tomárselo muy en serio y la operación nos llevó algunos minutos. Evidentemente, cuando llegué a casa cogí el Tarot, que ahora tengo delante de mí, y establecí ese orden que él le había dado a los números. La sorpresa iba ser que al realizar el solitario del arcano sin número el orden de colocación de Hubert dio como resultado la concreción exitosa del solitario. Un pleno absoluto que yo jamás había logrado, por muchas veces que lo intenté. Así que juzgué su intuición como sobresaliente. Y eso le diré, porque al día siguiente me presenté con el Tarot en la clase de francés. Y, al final de la hora, le pedí que lo tomara en sus manos y que revisara el orden de los arcanos, por si quería variar alguna posición. Pero él me aseguró que no. Lo hizo, le dio energía al mazo, lo que yo pretendía conseguir, y no quiso mover ninguna carta. Todas fueron pasando ante sus ojos, un poco incrédulos. No incrédulos como escépticos sino como perplejos. Lo que para mí supuso un mal presagio, porque yo la tarde anterior había salido con esos arcanos al camino y había hecho el recorrido de la escuela, para fotografiarlos, y las cosas según ese orden no pintaban bien. Quizá me sugestioné. El Sol lo situé lejos, fuera de la ruta, El Carro caía al lado de un barranco, La Emperatriz le daba la espalda al Emperador, tras El arcano sin nombre asomaban dos perros que eran muy infelices… y La Luna, estaba, al final del recorrido, a las puertas de la escuela. He de añadir, además, que esa trampa que le tendí a él sé que no le hizo ni la más remota gracia. En el sentido de que creo que lo escamó. Pero a pesar de ello siguió siendo delicado conmigo, lo que más me enamoraba de él.

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