19. La historia oscura del Bateleur del Tarot de Marsella

Cuando ya teníamos la casa prioral de Roncesvalles a la vista, Anne-Marie me detuvo. Se quitó la mochila y extrajo de ella el mazo con los arcanos, la vela y las cerillas. Mi corazón latió más deprisa. Yo encendí la vela y unas peregrinas que abrían la puerta del paso se detuvieron a observar boquiabiertas lo que hacíamos. Tomé los arcanos entre mis manos y los mezclé de nuevo, mientras Anne-Marie se hacía cargo de la vela y las cerillas. No pensé en nada ni en nadie. En ese instante tenía la mente vacía pero cuando le tendí los arcanos a Anne-Marie, y ella me mostró el primero, mi hermano pequeño fue lo primero que se me vino al pensamiento. Era Le Bateleur, en cualquier caso el arcano número I: el arquetipo de la iniciación. Un arquetipo es algo universal. Un símbolo tiene otras connotaciones, afirman que es algo más cultural, en base a su origen. Colleuil explica que el símbolo, al principio, es un objeto que ha sido partido en dos. Dos personas conservan una parte cada una. Así que el trabajo del símbolo consiste en reunir los pedazos dispersos. Hay una noción de reunificación con una parte perdida, invisible.

Le Bateleur se traduce en la red como el malabarista pero el diccionario de símbolos más importante que yo conozco, que es el de Chevalier y Gheerbrant, lo llama el prestidigitador. También el juglar pero yo no quiero utilizar ese significante. Lo que yo veo en el arcano que Anne-Marie me ha tendido es un hombre joven. Tiene el cabello blanco pero las puntas de sus bucles son doradas. Y el blanco es el color del candidato, de aquel que va a cambiar de condición. El oro es una seña de identidad solar y, por tanto, relacionada con la luz. Un dato a tener en cuenta, porque no todo lo que oiremos acerca de Le Bateleur, el prestidigitador, el mago, o, tal vez, el ilusionista, es halagüeño. Es decir, los manuales de Tarot, que cuentan cosas asombrosas, acerca suyo, también declaran que es un manipulador. De hecho, hay quien lo llama el villano. Artimañas, astucia, fraude, engaño. Son las facetas asociadas a él en su versión más negativa. Yo digo, y lo afirmo con rotundidad, que es la destreza. Pero por mi mismo hermano sé que la destreza tiene una historia oscura. Puedo narrarla en pocas palabras: para ser capaz de operar como Le Bateleur lo hace, con su ingenio y sus manos, antes ha tenido que destruirlo todo, como una fuerza ciega. La de la curiosidad, legítima o bastarda. Pongamos el ejemplo del microscopio adquirido en una óptica que me regaló mi padre. Salí después a la calle y cuando regresé ya no funcionaba. Mi hermano lo había desmontado entero y lo había vuelto a montar. Eso sí, como supo o quiso. Y así con todo, con las maquetas de los barcos y de los aviones, con el material eléctrico, con las radios, con los televisores y los Pcs, con lo que tuviera una pieza que se pudiera desmontar, yo que sé… yo procuraba abstraerme de los gritos y los golpes que no iban conmigo. Y ese fue el hecho raíz, sí. Pero la contraparte de la historia es que, con el tiempo, mi hermano fue capaz de arreglarlo todo y de hacer cualquier cosa, por muy minuciosa que fuese. Lo tenía en la cabeza, un plano, un esquema, una dimensión. Pero, ¿qué tiene este arcano? Pues tiene un sombrero en forma de lemniscata, es decir, el símbolo del infinito. Como la Fuerza. Y mi hermano también en ese aspecto era prodigioso. Pero el ocho de ese sombrero es de color verde, que para los alquimistas era la luz de la esmeralda que penetra los mayores secretos. Podría haber dicho esto mismo en el caso de Le Mat pero yo, como todos, tengo mis prejuicios. Los otros colores que completan el sombrero son el amarillo y el rojo del envés y de su borde. El amarillo hace juego con la parte central de las amplias mangas de su atuendo, que tiene el cuello blanco. El traje alterna azul y rojo a partes iguales, pasividad y actividad, formando una especie de tablero de escaques. Una pierna de cada color y un zapato de cada color y siempre el contrario. Por ello deducimos su bipolaridad, de la que es posible que sea consciente. Hay quien también lo llama histrión. Yo lo que observo es que tiene las piernas separadas y los pies bien firmes en el suelo, lo que le otorga una posición de estabilidad. Este suelo parece una continuación de aquel sobre el que andaba Le Mat, porque es del mismo color y es sinuoso y hay vegetación. Además Le Bateleur parece que dirigiera la mirada hacia sus pies o su bastón, aproximándose. Puede que se encuentre más alto en el camino, lo ignoro. Perspectiva sí que existe porque entre sus piernas se observa a lo lejos lo que parece ser un ciprés. Jodorowski dice ver en ello el sexo de la madre naturaleza que lo ha nacido. Puede que esa mirada sólo signifique una maniobra de distracción. En su mano izquierda sujeta una varita, símbolo de la voluntad, a través de la que capta las energías del cosmos y las dirige hacia una moneda de oro que sujeta con los dedos de su mano derecha. Para hacerla desaparecer o para transmutarla. Chi lo sa? El Tarot no es ciencia, es arte, es algo en lo que la fantasía impera y la subjetividad se dispersa. Me encantaría recordar en este punto las lecciones de fenomenología que tomé, para poder describir lo que le ocurre a la subjetividad en ese impasse en el que se halla pero he de lamentar que eso sucediera hace demasiado tiempo y que yo ya no sea la misma que era antaño. Cuando progresaba.

Le Bateleur se parapeta detrás de una mesa, de color carne, que a veces implica sociabilidad pero con las patas azul celeste, sólo tres patas. Este es el iniciado del mundo profano. Cuando lo profano también es lo mundano o lo material. Y sobre la mesa el resto de sus útiles de trabajo. Una bolsa amarilla que no parece que aún esté vacía del todo, un cuchillo con el mango azul y lo que creemos que es su funda. Dos cubiletes, uno amarillo y otro rojo. Dos piedras rojas y tres amarillas. Y los dados del azar, cuyos números no distingo pero en los que Anne-Marie pintó un uno y un cinco. El número de El Diablo. Colleuil hace una reflexión sobre esto. Es decir, que nuestro punto de vista no es el punto de vista de Le Bateleur desde el otro lado de la mesa. Ya que lo que él ve es un dos y un seis, y el número veintiséis es el número de Dios en la cábala hebraica. Reseñando que no puede haber apertura de conciencia si no hay cambio de punto de vista. Llevo los dedos índice y pulgar de mi mano derecha a la vela y la apago con un golpe seco. Anne-Marie comenta que es curioso eso de que haya pensado sólo en mi hermano siendo yo una practicante, como he sido, de la magia.

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